A la caza de Suite française

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Federico VITE


Agosto 15, 2017

Élisabeth Gille publica en 1995 El mirador (Traducción Roser Berdagué. España, Circe Ediciones, 1995, 296 pp), un recuento soñado con su madre, la biografía imaginaria que le ayudó a no hundirse en la depresión. La novelista Irène Némirovsky, deportada a Auschwitz, nunca pudo salir de ese infierno. El último encuentro con su hija fue cuando Gille cumplió cinco años. Gracias a este documento conocemos la infancia de Irène Némirovsky en un medio burgués y judío de la ciudad de Kiev; entendemos los sufrimientos de la familia Némirovsky en la Revolución Rusa y, más adelante, el cómodo exilio de los ricos en el París de Joséphine Baker y Maurice Chevalier, un mundo que, azorado por las nuevas expectativas del cambio gradual y determinante en materia artística, sonríe y canta.

En la ciudad luz, Némirovsky es una joven novelista exitosa (pensemos sólo que vendía muchos ejemplares y era realmente popular). Alguno de sus libros se convirtieron en guiones cinematográficos y de inmediato llegaron a la pantalla grande, todo caminaba de una forma sublime. Durante sus largas jornadas sociales, Irène mantenía conversaciones en varios idiomas: inglés, ruso, polaco, finlandés, vasco y yidis. Bailaba por semanas, invitada a convites, a reuniones de gente que sólo quería conocerla, hablar con ella, estrecharla. Algunos, más curiosos, buscaban a toda costa una certeza que los llevara a concluir que el protagonista de David Golder era Léon Némirovsky. Pero la Segunda Guerra Mundial destruyó todo ese oropel. Némirovsky se convirtió en una víctima de la barbarie: éxodo y muerte.

Al inicio de la guerra, en septiembre de 1939, Irène y Michael Epstein, conducen a Denise y a Élisabeth, a Issy-l'Evêque, en Saône -et-Loire. La niñera Cecile Michaud es nativa de ese pueblo. La familia de la señorita Michaud se encarga de cuidar a las niñas por un tiempo. El matrimonio visita constantemente a las hijas, pero en 1940 se establece una línea de demarcación. Ese detalle deriva en una serie de catastróficas desdichas.

En 1942, los padres fueron deportados a Auschwitz: ella murió de tifus, pocos meses después; él, en las cámaras de gas. Las dos niñas sobrevivieron, escondidas en la región de Burdeos; su padre les había confiado un cuaderno con las iniciales "I.N." y sesenta años después, ese cuaderno con pastas de piel sería publicado como novela. Suite francesa generó un fenómeno editorial inquietante, pues el texto no se leía como una ficción, a pesar de que es una novela, sino como el último de los suspiros vitales de Némirovsky.

Élisabeth Gille cuenta, en El mirador, que aparte de recordar a su madre, necesitaba rendirle tributo al trabajo de una escritora valiente. Documenta de una forma impresionante cada etapa vital de Irène. El lector se dará cuenta que más allá de una apasionada investigación, uno asiste al encuentro con un fantasma. El libro fascina y sensibiliza.

Descubrimos, por ejemplo, que Denise tenía impresiones equivocadas sobre los manuscritos de su madre; sobre todo, ideas preconcebidas que fueron azuzadas por el rencor y por la muerte. Al conocer Suite française, dijo, creí que se trataba de un diario. "No pude leer el manuscrito. El dolor y la cólera me lo impedían. Luego, cuando tuve que calmarme, respirar, darme tiempo. Comprendí enseguida que se trataba de una novela. Las anotaciones eran terribles. No me vi con ánimo de ordenar todo aquello; lo haría años más tarde. Y entonces mi hermana y su Mirador tenían prioridad", dijo. Para Denise, la biografía de Irène es una victoria sobre el pasado, el abandono y la barbarie, pero más que eso, es un intento de exorcismo, porque ellas nunca supieron realmente qué pasó con Irène. Tenían ideas, pero buscaban una certeza.

Denise y Élisabeth también fueron perseguidas por la policía francesa. Las buscaron en la escuela, pero una maestra realmente mostró habilidades de agente secreto y pudo esconderlas por un tiempo. Tras una serie de temibles peripecias, las hermanas, siempre con un maletín repleto de los manuscritos de mamá, consiguieron llegar a Niza; ahí vivía su abuela en una gran mansión. Un monstruo que no quiso, siquiera, abrir la puerta de la residencia. Se limitó a decirles, atrás del portón: "Si sus padres han muerto, deben vivir en un orfanato". En la caja fuerte, del matrimonio Némirovsky, Gilles y Denise encontraron una novela titulada Jézabel. En este documento, Irène presenta a una madre desalmada, agria, hostil e inhumana. Sí, justamente la abuela que ni las puertas de casa abrió.

Al leer los márgenes de esa libreta que más tarde conoceríamos como Suite francesa, Denise recordó una escena profundamente triste. Las dos hermanitas volvieron al París liberado: acudían todos los días a la Estación del Este, era el sitio al que arribaban los supervivientes de los campos de concentración. Las hermanas mostraban un cartel con el nombre de sus padres. Poco a poco fueron perdiendo la esperanza de encontrarlos. Adquirieron el sentido de la palabra resignación. Poco a poco. Poco a poco.

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