Los primeros atentados del Estado Islámico en Europa, cometidos en París y en Bruselas en 2015 y 2016, fueron especialmente impactantes por el alto grado de preparación que revelaban. El mensaje implícito era que la organización contaba con seguidores no solamente determinados sino también entrenados para realizar operaciones letales como éstas. Varios de los involucrados habían combatido en Siria o Irak y, a su regreso, pretendían trasladar el campo de batalla a Europa. Desde hace poco más de un año, el estilo de los ataques ha cambiado de manera notoria y se ha caracterizado por una simplificación del modus operandi: en Niza, Berlín, Londres (dos veces) y en Estocolmo, los extremistas no utilizaron nada más que vehículos, en ocasiones complementados por cuchillos, objetos de muy fácil acceso. En Manchester, el individuo que se hizo detonar en la sala de conciertos al parecer no pertenecía a una célula organizada y había elaborado una bomba casera a partir de materiales relativamente sencillos de conseguir. Es interesante recalcar que, según la información ahora disponible, los terroristas quienes estremecieron a Cataluña la semana pasada llevaban meses preparando un atentado de grandes dimensiones: la impresionante colección de botellas de gas en una residencia de Alcanar indica que tenían la intención de asestar un golpe todavíamucho más devastador de lo que fue -tal vez contra un blanco como la Sagrada Familia. Al parecer, la explosión accidental de este arsenal cambió los planes de los integrantes sobrevivientesdel grupo, quienes decidieron recurrir a métodos más rudimentarios, similares a los atentados más recientes. En contraste con el ambicioso proyecto inicial, la ejecución del "plan B" evidencia un alto grado de improvisación, y posiblemente una comunicación deficiente entre los integrantes de la célula terrorista. La embestida en La Rambla en Barcelona bien pudo haber sido una iniciativa individual de uno solo de ellos: en caso contrario, resulta difícil entender por qué se encontraba solo y tan pobremente armado al volante de la furgoneta con la que zigzagueó en esta famosa arteria peatonal tan transitada, mientras que ocho horas después cinco de sus compañeros se apretujarían en un coche particular para lanzar otro operativo en Cambrils ya pasada la una de la noche y fracasarían en causar la matanza que esperaban cometer ahí. En resumidas cuentas, fuese por precipitación, improvisación o incompetencia, este grupo conformado principalmente por jóvenes radicalizados estuvo lejos de alcanzar sus objetivos. Esta observación, sin embargo, no es motivo para sentirnos más serenos, sino bien al contrario. Primero, porque revela que lo que tenían de mal preparados y de inexpertos también lo tenían de determinados. Ya habían asimilado y aceptado la idea de que morir en el intento era parte del plan, pues al portar cinturones falsos de explosivos lo que buscaban era caer, supuestamente como "mártires", bajo las balas de las fuerzas policiacas. Segundo, porque el recurrira un modus operandi que no requiere de ninguna preparación ni destreza particular amplía considerablemente el rango de los perpetradores potenciales de este tipo de actos: cualquiera puede, de forma impulsiva, convertirse en un terrorista en tanto tiempo como se requiere para pisar el acelerador. Esta forma de proceder, que puede prescindir de toda premeditación o que por lo menos la hace mucho más difícil de detectar, contribuye a difuminar la distinción entre lo que pertenece al campo del terrorismo y lo que no. En días recientes, dos conductores atropellaron voluntariamente a transeúntes en dos incidentes distintos en Francia: además de víctimas mortales, provocaron debates y especulaciones acerca de la calificación correcta de sus actos, esto debido al carácter confuso de sus verdaderas intenciones y al perfil psiquiátrico de sus autores, ambos considerados como desequilibrados. En todo caso, este terrorismo de menor escala no es menos eficaz para generar impacto en la sociedad: primero, el saldo humano puede llegar a ser extremadamente elevado, como fue el caso en Niza el año pasado. Segundo, refuerza la sensación de que un acto de tipo terrorista puede ser cometido en cualquier momento y en cualquier lugar. Si bien la reacción inmediata en Barcelona consistió en aseverar que "no tenemos miedo", la potencial multiplicación de estas acciones de tan fácil ejecución podría poner en duda esta valiente declaración. bmichalon@itesm.mx *Profesor de tiempo completodel Tecnológico de Monterrey en la carrera de Relaciones Internacionales |