Subgenerista, señor

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Federico VITE


Septiembre 12, 2017

Lo sensato es definir, para efectos de este artículo, que la nouvelle es un subgénero literario, una narración mayor al cuento pero no tan extensa ni potente como la novela. Sí: NOVELA. Claro, requiere de la intensidad y economía características de los relatos, aunque funciona, al igual que la novela, por acumulación. Algunos teóricos (EM Foster, Edwin Muir, Percy Lubbock y John Carruthers) consideran que la nouvelle es un gran ejercicio para aprender a explorar la intensidad del cuento y el desarrollo de una trama novelesca. En cuanto a la extensión de una novela corta, de acuerdo con los cánones cuantitativos que presumen los académicos, la nouvelle debe tener más de treinta páginas pero no rebasar las ciento cincuenta cuartillas.

Si usted quiere escribir un libro con estas características, será muy difícil que alguna editorial comercial lo publique. Claro, siempre queda la honrosa opción de ser editado por las universidades o los institutos de cultura estatales o municipales.

¿Qué se puede decir en una novela corta? Se puede dar un correlato del mundo pues, basta con que uno meta las manos en el alma y traduzca esa experiencia en un documento con unidad narrativa definida. Algunos escritores dirán que no necesariamente se debe tener una tema claro y cercarlo, pero para eso mejor hacemos un collage literario que hablará de nuestra dispersión del pensamiento y de la gratuidad azarosa de juntar una palabra mediante la signatura de lo inopinado. Yo apuesto por darle forma al proyecto desde la selección del tema, la creación de los personajes principales y tener claro lo que uno quiere contar: así, decir con furia. 

Como ejemplos de la novela corta, pensaba en dos libros del genial judío Josep Roth, Leviatán (Acantilado, 80 páginas) y La leyenda del Santo bebedor (Anagrama, 98 páginas). Estos documentos no sólo ejemplifican la grandiosidad de la nouvelle, sino que agranda los modos (el cómo) de contar una historia tantas veces ya oída, vista, leída:

En Leviatán, Roth nos arrincona en una interrogante: ¿traicionarse es cambiar lo falso por lo auténtico? Nuestro ejemplar judío cuenta la vida del vendedor de corales Nissen Piczenik, quien trastoca su mundo cuando Jenö Lakatos, un comerciante de Budapest e importador a tierras rusas de corales de celuloide, le ofrece a Piczenik corales más baratos: "!De celuloide, amigo mio! Más brillantes que los otros". Nissen se traiciona mezclando los corales de celuloide con los auténticos y, por añadidura, traiciona a las plantas del mundo marino, a ese entorno natural que ama. Piczenik, al final de la nouvelle, se embarca rumbo a América, y tras cuatro días de navegación, naufraga. Un testigo, que se salva de milagro, refiere que vio a Piczenik tirarse al agua por la borda antes de que los botes salvavidas estuvieran llenos. Estamos ante una parábola pues, pero para no verme como la emblemática cápsula didáctica de Cantinflas show, la dejo a su buen criterio.

El otro caso al que quiero referirme es el de La leyenda del santo bebedor. En menos de cien páginas se revela la angustiosa vida del clochard Andreas Kartak, responsable de una misión extravagante: un caballero desconocido le regala doscientos francos con la única condición de que se los entregue a la imagen de una virgen. Me he convertido al cristianismo después de haber leído la historia de la pequeña santa Teresa de Lisieux –explica el desconocido a Kartak? y ahora venero muy en especial la estatuilla de la santa que se guarda en la capilla de Sainte Marie de Batignolles, que usted podrá localizar con facilidad. Kartak debe regresar el dinero a la virgen pues, pero la madamoiselle que es París se encargará de evitar el pago a la divinidad. El santo bebedor morirá sin redimirse, mantendrá una deuda eterna.

París, contrario a los relatos de otros escritores que la habitaron en el siglo XX, enseña los dientes a Kartak, quien a pesar de hacer varias peregrinaciones a esa iglesia no consuma su misión. Constantemente aparecen obstáculos, sino es un bristro es una peluquería o una mujer. Kartak se encuentra con Carolina, la dama por la que el protagonista ha ido a la cárcel y, en cierta forma, el detonante del vagabundismo en el bebedor. 

En la última parte de la novela corta, cuando ya está hasta las cachas el bebedor, en un bar frente de la iglesia, París se burla del clochard: aparece una muchacha que Kartak, en el delirio del coñac y del absenta, confunde con Teresita de Lisieux. Y el protagonista, dispuesto a tomar más, se derrumba; los parroquianos lo cargan y depositan a los pies de Teresa, esa virgen a quien sólo pide una liviana y hermosa muerte. Curiosamente Roth tuvo el mismo final, se desplomó entre las mesas del café Tournon.

Así estos dos ejemplos de la nouvelle, dos botones de un abrigo que no arropa ni a la novela ni al cuento, pero propician el gozo de quienes se adentran en la hondura intensa de abrir libros delgados que palpitan.

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