De pueblos, violencia, negocios y muerte

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Martín CORONA


Octubre 05, 2017

Hoy contaré la historia de un pueblito. Todo era armonía y felicidad, todos se conocían y se ayudaban mutuamente. Siempre pensaron que al resto de mundo no les importaba su pueblo y a ellos tampoco les interesaba lo que pasara afuera. Estaban muy contentos hablando de las familias, los recién llegados, las comunes diferencias entre los ricos y los pobres, los conquistados y los conquistadores de antaño que vivían contentos ahí.

Pero todo cambió. Un día, de afuera llegaron miles, millones de mercaderes que traían un sinfín de cosas que comprar. Pero en aquel pequeño pueblecito había poco dinero, al menos no el necesario para comprar todo lo que ofrecían aquellas personas que venían de afuera. Así que muchos aceptaron que el dinero de afuera llegara a montones, pero a cambio hubo que dejar de ser un pueblo para convertirse en ciudad.


Y con fe en el progreso y la civilidad la ciudad creció y creció, atrayendo a cada vez más personas de afuera. Y unas cuantas familias de aquel pueblecito comenzaron a tener más y más cosas, más y más dinero, más y más negocios que daban dinero que atraía a más gente que llegaba a vivir ahí.


Todo parecía maravilloso hasta que, sin entenderlo del todo, comenzaron a desaparecer algunas personas de la ciudad. Algunas como por arte de magia, otras eran llevadas por monstruosos fantasmas hacia lugares inciertos, algunas más les eran arrancadas sus almas violentamente.


No era una guerra, porque hacía mucho que las guerras no existían.

Tampoco era una epidemia o hambrunas, eran manos humanas las que cortaban la vida de esas personas.

Toda la ciudad comenzó a tener miedo. Notaron entonces que la mayoría de esas personas que desaparecían eran mujeres, así que decidieron hacer un llamado a los ricos y poderosos, les pidieron que hicieran un gran cartel que dijera: Cuidado aquí corren peligro las mujeres.

Pero la avaricia y la ambición se habían apoderado de su voluntad mucho tiempo antes, así que se negaron. Y a todo intento de advertir a propios y extraños del riesgo que corrían las mujeres, ese grupo poderoso hacia una fiesta, un acto de magia, una noticia, un evento magnífico que parecía borrar los intentos de unos cuantos por alertar a los demás.

Los mercaderes y comerciantes estaban felices. "Advertir sobre desapariciones, muerte y violencia afectaría nuestros negocios y no podemos perder dinero"; afirmaban con cinismo entre risas y algarabía. Pero pronto no sólo fueron mujeres las víctimas, en muy poco tiempo comenzaron a desparecer niños, hombres, gente joven, bajo la mirada extrañada de los mercaderes que seguían brindando a la salud de su dinero y jactándose de su poder.

Hasta que tocó el turno a sus familias, ningún muro, ninguna escolta pudo frenar a los anónimos atacantes que ya eran profesionales en las artes de la desaparición y la violencia. Vino entonces el problema para ellos mismos que, ya secuestrados, ya asesinados o simplemente desaparecidos no pudieron mirar el resultado de haber ignorado el llamado aquel de la gente, cuando se trató de advertir un riesgo para las mujeres.

No. Disculpen, no estoy hablado de este pueblo, tampoco de aquel. Hablo de los miles de pueblos que en México y en todo el mundo se van convirtiendo en enormes centros de negocios para la ilegalidad y la muerte. No hay que irse muy lejos para conocer las historias de horror y pesadilla que genera la violencia y la ilegalidad entre las personas y los pueblos.

En los últimos días, las advertencias directas no han funcionado. Argumentos como cuidar la economía por encima de la vida y la dignidad de las personas llegan a absurdos tales como el de un Rey impuesto por obra y gracia de Dios pidiendo fe en la democracia. Es por ello que quizá y sólo quizá un breve cuento, una anécdota simple con final fatal quizá caiga en alguna consciencia. Y si esto no es suficiente, basta entonces con asomarse a la historia reciente de tantas y tantas ciudades que en nuestro país son territorios donde la única ley es la ganancia económica mediante las armas, mientras la gente mira con dolor cómo se va consumiendo aquel ideal de comunidad, bienestar y bienvivir que nos inculcaron hace tanto tiempo y debiera ser el eje de nuestra convivencia cotidiana.

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