Seguridad para poder vivir

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Martín CORONA


Octubre 18, 2017

A lo largo de toda la historia, el principal conflicto al que la humanidad ha enfrentado es su seguridad, cuidar de la vida como la base única biológica de su ser. Sea la seguridad alimentaria, la seguridad para pernoctar, la seguridad necesaria para sus hijos y su familia. Sin tener seguridad en la vida no puede haber nada, no hay ninguna posibilidad de economía, poder, sistemas sociales, ni siquiera acuerdos de ningún tipo. Pues sin seguridad no hay vida y sin vida no hay absolutamente ninguna posibilidad.

Sin embargo, en un momento de la historia completamente alejado de la naturaleza como el presente, ahora que la humanidad ha resuelto casi en su totalidad los problemas de hambre y las enfermedades tienen muchas maneras de no convertirse en epidemias. En un momento en que el sistema económico capitalista nos regala un sin número de mundos posibles a la cortísima distancia de un roce de las yemas de los dedos. Es en esos mundos fantásticos parece vivir la voluntad y capacidad de transformación de las personas, y ya no sobre la tierra, que por cierto ahora vive encerrada bajo el asfalto.

Leemos a diario en los medios electrónicos quejas y molestias.

Vemos en la televisión pautas de comportamiento que resulta imposible no seguir .

Interactuamos mediante las pantallas con ideas, protestas y molestias todo el tiempo.

Mientras la realidad cotidiana de ciudades, pueblos y comunidades queda al descubierto y lista para aquellos desprotegidos del sistema, cuyo destino elegido u orillados por sus circunstancias es el crimen.

Contrario a lo que podríamos pensar desde dentro, nuestro país goza de un enorme potencial económico. Dinero hay y mucho, claro que está mal distribuido y es enorme la cantidad de pobreza que tenemos alrededor. De manera que la enorme taza de desempleo, los mencionados asuntos económicos y muchos otros que costaría muchísimo tiempo describir, han orillado a una gran parte de la población a dedicarse al robo, a asuntos ilegales como drogas, trata de personas, robo de combustible y muchísimos rubros más.

Si nuestro sistema económico y los gobiernos trabajasen en ver la ilegalidad y el crimen como un problema derivado de sus decisiones y de la propia estructura que los sostiene, seguramente podríamos estar un poco más tranquilos, al menos ocupados en re pensar los cambios necesarios. En cambio los sistemas de poder muestran sólo molestia y una serie de estrategias que llevan mucho tiempo demostrando que no funcionan, cárceles y sistemas de control que caen con mucha facilidad en la complicidad, de manera que vemos a personas siendo policías un día, delincuentes al siguiente y, como la prensa lo deja claro, políticos más preocupados por hacer negocios muy grandes que por cuidar de la gente, que es el trabajo que se les encomienda.

Las últimas semanas han convertido a Puebla en un estado en donde las noticias de robo a mano armada, de violencia, de asesinatos llenan diarios, noticieros y redes sociales. No es más un mito del tipo: "escuché que a alguien le pasó", sino que la distancia se acortó drásticamente, ahora son nuestros amigos, conocidos y hasta nosotros mismos quienes sufrimos de esta ola de crímenes que parecen incontrolables. Sea para robar un celular, unos billetes en la cartera o ser asaltados en una cenaduría popular el asunto se va haciendo cada vez más cercano.

Y no debemos extrañarnos porque bastará asomarse a Veracruz, Ciudad y Estado de México para darnos cuenta que no es una situación única de Puebla, la ilegalidad y el crimen se han apoderado de muchos espacios sociales que van desde las calles hasta las teleseries, pasando por una sociedad atascada de corrupción en su administración y su hacer cotidiano.

Lo alarmante es que el estado es quien debe garantizar las tranquilidad en las calles, no mediante fuerza pública sino con una planeación y análisis de las problemáticas. En cambio, vemos cómo están más preocupados por los negocios turísticos, por cuidar el presupuesto y, como todos saben, apoyar al ex gobernador en sus aspiraciones políticas.

El reto para la actual administración sería darle solución a estos conflictos de seguridad, porque una carta electoral como esa podría darle el triunfo a cualquiera. Sin embargo, la proliferación del miedo, la decepción de la gente y, sobre todo, la notable inseguridad sólo dan cuenta de un estado fallido que -con la terquedad que caracteriza a los poderosos de las películas y series- intentan inútilmente ocultar los síntomas sin querer hacerse cargo de que son parte de la misma enfermedad.

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