19 de Noviembre de 2017 |
Desde el inicio de esta semana, la confusión reina en Harare, la capital de Zimbabue, un país en el extremo sur del continente africano. Antes instrumento al servicio del mantenimiento del régimen dictatorial que dirigía al país desde hace décadas, el ejército se ha convertido de repente en un´factor de cambio. El (todavía) presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, cuenta con cierta fama incluso más allá del continente africano. Primero por las casi cuatro décadas que lleva en el cargo y por su edad canónica (93 años), que lo posiciona como el dirigente más viejo en ejercicio a nivel mundial. En un país donde la esperanza de vida promedio es de 60 años y donde la mitad de la población tiene menos de 20 años, pocos tienen vivos recuerdos de alguien más en el poder. Su fama radica también en el carácter tristemente represivo de su gobierno, el alto nivel de corrupción que lo caracteriza, así como decisiones erradas en materia política que dispararon un nivel inédito de inflación en la primera década del nuevo siglo, hasta el punto que se imprimieron billetes de cien mil billones de dólares zimbabuenses. Si logró mantenerse tanto tiempo en el poder, no fue solamente por el ya mencionado abundante uso de la fuerza, sino también por la generosa distribución de favores a sus aliados (en especial tierras y granjas que fueron expropiadas) y por su imagen personal, como uno de los principales héroes del segundo proceso de independencia nacional, que concluyó en 1980. Ahora parece más cerca que nunca de ser derrocado, pero el hombre que pretendía gobernar hasta los 100 años de edad se está aferrando en el poder y bien podría ser capaz de negociar una salida que le permitiera salvar las apariencias. A estas alturas, la falta de información así como el carácter todavía incompleto del proceso nos impiden dibujar un panorama claro de lo que está sucediendo. Sin embargo, como en todos aquellos instantes críticos durante los cuales el poder está, se está escapando de una mano sin quedar todavía sujetado con firmeza por otra mano, es importante observar los hechos con cautela y evitar conclusiones precipitadas. A primera vista, las imágenes y los comentarios que llegaron hasta nosotros nos alentarían a pensar que se trataría de un golpe de Estado, definido como una serie de acciones que por medio de la fuerza logran arrebatar el poder político a quien lo ejercía previamente. En realidad, tanto los principales actores directamente involucrados como los analistas han cuidadosamente evitado pronunciar estas palabras, por diferentes razones. Por un lado, el presidente busca esconder la situación de debilidad en la que se encuentra, por lo que minimiza el alcance de lo que está pasando. Por otro lado, los investigadores del despliegue de fuerzas buscan que el nuevo orden político que vaya a surgir de su iniciativa goce de cierta aceptación en la comunidad internacional: presentarse como golpistas no los ayudaría a lograrlo. Partiendo de lo que alcanzan a ver de la situación existente, los observadores externos también multiplican las precauciones oratorias al momento de evocar un posible golpe de Estado: primero, los organizadores del movimiento en contra del presidente no son externos al círculo de poder anterior: entre ellos se cuentan varios de los principales dirigentes del partido dominante (ZANU-FP) y altos rangos del ejército. El que parece ser el personaje central del movimiento, Emmerson Mnangagwa, era vicepresidente del país hasta la semana pasada, y parece que su muy reciente dimisión impuesta por Mugabe fue el suceso que provocó los hechos que se están ahora comentando. Así pues, incluso suponiendo que alcanzara su objetivo, el nuevo equipo dirigente representaría un cambio de caras pero no realmente de orientación política ni, se puede temer, de estilo de gobierno. Incluso, queda en entredicho que Mugabe tuviera que renunciar a la presidencia. Su mantenimiento en el cargo, en este caso con poderes reducidos, es uno de los escenarios que se están contemplando. Pase lo que pase, no hay mucho lugar para el optimismo: independientemente de la suerte personal de Mugabe, poco se puede esperar del nuevo liderazgo que podría establecerse en el país. Es más, después de décadas bajo el poder de uno solo, el país se encuentra muy vulnerable ante las divisiones y los enfrentamientos entre facciones rivales. *Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterreybmichalon@itesm.mx |