Martes 05 de Diciembre de 2017 |
"Yo no soy político. Además, el resto de mis costumbres son todas honradas." Artemus Ward En el marco de los últimos acontecimientos que han marcado la vida política del país, es una tarea obligada escribir del partido político en el poder; y quisiera hacerlo desde una doble perspectiva, el análisis institucional y el comportamiento de los actores políticos, priistas y no priistas de la sucesión presidencial del 2018. Por la vía institucional, quisiera analizar al Partido Revolucionario Institucional (PRI), el cual, desde su nacimiento en 1929, su primera transformación en 1938; y, la última en 1946, presenta características propias de una organización política estructurada y predecible, con un funcionamiento caracterizado por los principios básicos del partido, que son la unidad, la disciplina, la lealtad y una alta capacidad para adaptarse a los cambios y a las adversidades que le presenta el entorno político, a fin de mantenerse en el poder. Y destaco esto último porque a pesar de que parecería contradictorio hablar de estos principios en un momento en el que el partido postula por primera vez a un aspirante a la silla presidencial que no es de los suyos, que no es priista, la realidad es que es precisamente esta habilidad de mutar la que le ha permitido sobrevivir históricamente. Y especialmente ahora, ante el difícil panorama que se tiene al cierre de la administración de Enrique Peña Nieto, en medio de los índices de violencia que ya alcanzan los niveles más altos en la historia de México, una corrupción rampante, una profunda desigualdad social y una dolorosa realidad de injusticia e impunidad, por decir lo menos. Como institución, se ha optado por una vía que si bien es cierto puede generar una nueva ruptura o una fragmentación interna entre los priistas y los no priistas, es una realidad que ante las difíciles circunstancias anteriormente mencionadas, el partido no podía seguir funcionando con los mismos mecanismos de la política tradicional, de los estatutos inamovibles, la costumbre o la historia del priísmo más conservador. Y esto lo entendió el Presidente de la República, ya que en el proceso de la sucesión presidencial, como líder moral del partido, definió el perfil del candidato con absoluto pragmatismo y realismo político, desapegado de las creencias y la cultura organizacional interna del PRI, al elegir como su delfín oculto, a José Antonio Meade Kuribreña. Decisión política importante es la que tomó el actual mandatario y primer priista de la nación frente a la pérdida paulatina de poder que le representa el cierre de su gestión. Enrique Peña Nieto envía así un mensaje político de poder, no sólo de decisión en su partido, sino de fortalecimiento de su legado como Presidente de la República, frente a la crítica de la opinión pública nacional e internacional, que lo llegó a colocar a principios de este año, como el ejecutivo federal con la menor aprobación de los últimos cuatro sexenios. Hace varios años escribí un proyecto de investigación sobre el PRI del futuro y hoy más de 10 años después me doy cuenta que el partido político del futuro que estaba analizando corresponde con la situación que estamos viviendo en la coyuntura política actual. En 2003, analizaba la posibilidad que tenía el partido político de sobrevivir frente a la pérdida de poder que había sufrido tras la derrota electoral del año 2000, en la conformación de la legislatura del periodo 2003-2006; tiempo en que varios analistas consideraban que los días de este partido político estaban contados. Sin embargo, en mi análisis de prospectiva política, el escenario posible, el más probable, era que no desaparecería, por su capacidad de adaptación a un entorno cambiante y la incapacidad de los otros actores políticos de hacerle frente, entre otras circunstancias. En el 2018, el PRI llega fortalecido internamente, a pesar de llevar a la boleta por primera vez en su historia a un candidato que no es de sus filas; en el entendimiento de que es el perfil más competitivo, efectivo y técnico (no político) para contender en una elección en la cual era necesario desapegarse del partido, desvincularse de los problemas que enfrenta el actual mandatario priista, y neutralizar la imagen de los priistas, bajo un enfoque de inclusión a los ciudadanos interesados en participar en la política electoral, sin necesidad de militar en sus filas. Lo que puede generar tres efectos: el primero, favorecer una imagen renovada del PRI, en una lógica de comprensión de la exigencia social de un cambio en los políticos de siempre; segundo, distender la competencia electoral, activando el péndulo de la votación entre el PRI y Morena; y por último, dar continuidad al proyecto político de Enrique Peña Nieto y del PRI, dicho sea de paso. Como puede advertirse, el PRI del futuro continuará con esas prácticas de adaptabilidad al entorno, de procesos internos de selección de candidaturas, y de definición de una estrategia político-electoral que lo ha caracterizado desde su origen, esto es, el mantenimiento del poder, desde el poder. Veamos si funciona esta fórmula, y si es la adecuada para impulsar un cambio político en el país. @floresm_mxinfo@reconstruyendociudadania.org*Profesor de Tiempo Completo del Tecnológico de Monterrey |