En defensa del relato

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Federico VITE


Diciembre 15, 2017

Entrevistas con hombres repulsivos (Random House Mondadori, 2012, 406 páginas), de David Foster Wallace, es un compendio esencial para analizar la buena manufactura de un relato. Es decir, al introducirse en los textos de este volumen, el lector reconoce la gran técnica del autor para hablar de cualquier tema y dotarlo de interés. ¿Cuáles son las características para moldear el cuerpo de un relato? En este caso, el caballito de batalla es la descripción exhaustiva que utiliza el autor para cincelar tanto el escenario como el personaje y una vez aplicado ese procedimiento, Wallace construye la atmósfera (los procedimientos narrativos aplicados para generar una percepción determinada sobre el ambiente en el que se desarrolla la historia) de cada historia. Aparte de los recursos mencionados, Wallace se propone una empresa mayor: el buen trabajo de los diálogos, pues no sólo reproduce la forma en la que ven el mundo los personajes; también dinamiza, con bloques lingüísticos, la inmersión al motor de cada relato: el golpeteo constante al ego masculino.

Los veintitrés textos son caracterizados por la linealidad de sus historias, poseen anécdotas con muy pocas vueltas de tuerca y resuelve en tono neutro (no hablando de la rosa, sino haciéndola florecer) los conflictos mínimos entre las fuerzas de los relatos.

A Wallace le interesa, por encima de todo, la estructura de sus textos. Apuesta por la forma para desdoblar el tema. Por ejemplo, 'En lo alto para siempre' narra, sin perder el punto de vista de su personaje, el decimotercer cumpleaños de un niño parado en la punta de un tobogán, quien observa todo el recorrido que dará hasta llegar a la piscina. El manejo del tiempo en este relato es impresionante, porque dota de vida el escenario en el que caerá el protagonista, pero no lo pone en marcha. Aísla los hechos para crear el espejismo de una revelación. La puesta en escena describe el temor del viaje por el tobogán. Se congela el protagonista, no así el resto de los personajes y el texto culmina con la sugerencia de movimiento: "El trampolín asentirá y tú saldrás despedido, y los ojos de piel podrán cruzar a ciegas un cielo empañado de nubes, la luz horadada se vaciará detrás de esa piedra afilada que es la eternidad. Que es la eternidad. Pisa la piel y desaparece".

 Otro aspecto a destacar es la división del relato homónimo del libro, Entrevistas con hombres repulsivos, pues el texto se fragmenta en cuatro partes a manera de un leit motive con la intención de otorgarle un ritmo a este volumen extraño, pero lleno de muchísimas pistas para los interesados en construir textos poco convencionales. Si decide tomar las herramientas de este autor para hacer un libro con la intención de ganar un premio de cuento, tal vez deba replantearse la meta, pues lejos de proponer un canon novedoso, Wallace indaga desde su oficio nuevas maneras de manejar el tiempo en el relato (un asunto mucho más atractivo para los novelistas que para los cuentistas) y eso no es lo que premian los jurados. A ellos les interesa el aplomo del escritor para resolver el tema propuesto con estructuras clásicas del cuento.

Entrevistas con hombres repulsivos escruta los ríos subterráneos que exploran el ego masculino. Wallace elabora un laberinto, con grandes dosis de ironía, en las que el minotauro da pena. La tensión narrativa (esa discordancia entre las fuerzas a punto de chocar en un texto) se consuma cuando el autor toca los bordes de una historia que incide en otra. Como es el caso de Octeto, creado con ocho acertijos que sondean una pregunta esencial para quien lee: '¿Funciona esto? ¿Te gusta?'. El autor refiere en este relato que la única posibilidad de generar empatía con el lector, ante textos eslabonados por el discurrir de la conciencia y ocho acertijos, es la honestidad del autor, porque no habrá nada espectacular, sólo la justificación existencial de un narrador que hace textos banales para comunicar el azoro y la necesidad de vínculo entre un escritor deprimido y un lector inocente que espera los clásicos tópicos de los libros creados por escritores deprimidos. Pero no habrá nada de eso, salvo una estructura textual capaz de contener el llanto melodramático de un artista pop.

Otro relato que llama la atención es 'La persona deprimida'. En éste, la protagonista cuenta a detalle los procesos mentales de su enfermedad, enfatiza el apoyo recibido de su psiquiatra, quien terminada suicidándose, y la vergüenza de hacer llamadas telefónicas a altas horas de la madrugada para hablar con sus amigos, porque teme perder el control y liquidarse.

Wallace muestra el contenido cerebral de sus personajes, gente que habla hasta por los codos con la única intención de explicar por qué son seres repulsivos. A distancia, ya que el autor se suicidó en 2008, se lee este volumen como un tratado y en él subyacen los motivos por los que David Foster Wallace decidió tomar una soga, colocarla alrededor del cuello y dar el paso al vacío para entrar directamente a la historia de la literatura como una leyenda.

 

 

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