17 de Diciembre de 2017

El jueves pasado, la FCC, la autoridad que regula el sector de las comunicaciones en Estados Unidos, terminó de forma abrupta con un principio fundamental para el funcionamiento de Internet: la neutralidad de la red. A corto plazo, las consecuencias de esta decisión se harán sentir primeramente en el suelo estadounidense, pero no tardarán en difundirse más allá.

Hasta el momento, el éxito de una página de Internet -y, en su caso, del negocio basado en ella- dependía de su capacidad para atraer numerosas visitas y lograr que los internautas desarrollaran el hábito de conectarse al sitio de manera repetida.

Esta libre competencia entre productores de contenidos en línea era posible gracias a la "neutralidad de la red", según la cual el acceso a todos los sitios legales debía darse bajo las mismas condiciones de costo y de velocidad: existía un terreno de juego parejo, que permitía el surgimiento, el desarrollo e incluso la desaparición de plataformas electrónicas dependiendo de su sola capacidad para llamar la atención de los usuarios.

Bien es cierto que este sistema también tenía sus desventajas, la principal de ellas siendo que los contenidos "divertidos" o exageradamente simplificados tendieran a ser privilegiados sobre los que eran menos atractivos a primera vista o más demandantes intelectualmente. Al fin y al cabo, el éxito o fracaso de cada plataforma electrónica dependía del veredicto de los usuarios, quienes a través de la frecuencia de sus visitas expresaban el valor que le reconocían a cada sitio web.

De ahora en adelante, en Estados Unidos los proveedores de acceso a Internet (ISP en inglés), como Comcast, AT&T o Verizon, tendrán la facultad de modular la velocidad del acceso – e incluso de plano impedir tal acceso – a las diferentes plataformas en función de los criterios que a ellos les parecerán convenientes.

Esta nueva configuración está por transformar por completo el papel de los ISP en el entorno digital. Antes circunscritas a un rol técnico de conector "neutro" entre la oferta y demanda de contenidos y servicios en Internet, estas empresas acaban de adquirir una capacidad de presión tremenda sobre los sitios y los internautas. Por un lado, podrán reservar una navegación irrestricta y de alta velocidad a aquellos suscriptores que haya adquirido el "paquete" más costoso: bien podemos imaginar que el consumidor tenga que elegir entre una oferta "básica" y otra "completa", que sí permita la reproducción de videos… Por el otro lado y al mismo tiempo, los ISP serán capaces de exigir a los sitios el pago de una cuota, sin la cual el acceso a su espacio sería imposible, o tan lento que los usuarios pronto buscarían otras opciones que sí ofrecieran una respuesta cuasi instantánea a sus solicitudes.

El recién nombrado presidente de la FCC, un tal Ajit Pai, se dedicaba antes al cabildeo al servicio de Verizon. Por lo menos no actuó con ingratitud hacia su sector de origen, cuyos intereses defendió desde el más alto nivel.

Frente a la fuerte oposición expresada por la opinión pública, los ISP aseguraron que esta decisión no tendría incidencias mayores y que no había motivos para preocuparse. Queda entonces la duda del por qué promovieron con tanta insistencia una reforma que a la postre solo generaría cambios marginales. Al contrario, aparece con claridad la conexión entre la adquisición de una mayor capacidad de presión y la perspectiva de mayores ganancias comerciales.

Si bien es desagradable observar cómo unas empresas con buenas palancas en los círculos decisorios se hacen ricas, las principales consecuencias negativas no radican ahí.

Primero, las desigualdades de ingreso entre individuos podrán significar también, en el futuro, una desigualdad de acceso a Internet, revirtiendo la dinámica actual que tiende a desvincular riqueza personal y conectividad en los países desarrollados.

Segundo, el fin de la neutralidad de la red crea un ambiente disparejo, en el que los actores ya establecidos gozarán de un acceso abierto y rápido a sus servicios -pagando por ello- mientras que compañías de reciente creación no contarán con estas facilidades y no tendrán siquiera la oportunidad de competir para ganarse un lugar duradero en la economía digital. Esta situación desalentaría la innovación y llevaría a una mayor concentración en el campo digital – quizá por ello los gigantes tipo Google, Facebook, Amazon y asimilados no expresaron una oposición demasiado feroz ante las intenciones de la FCC.

Tercero, este precedente en el país que está en la vanguardia tecnológica podría servir de ejemplo en otros lugares donde existe la tentación de dejar atrás el principio de neutralidad de la red. En México, a pesar de ser consagrado en la misma Constitución (artículo 6) y en la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, este principio no es respetado por los operadores de telefonía móvil, que tratan de manera diferente los datos celulares utilizados para ciertas redes sociales y los dedicados a la navegación en general.

Obra paradójica por parte de una instancia reguladora, este acto de desregulación fue llamado "Restoring Internet Liberty". ¿Pero libertad para quién? Sin duda, ahora los proveedores de acceso gozan de una capacidad de acción espectacularmente ampliada, pero en detrimento directo de las otras dos categorías de actores, que son también los más numerosos y dinámicos. Por lo tanto, el balance global en términos de libertad de Internet dista mucho de ser positivo.

*Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey, en la carrera de Relaciones Internacionales

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