Las dos caras de enero

  • URL copiada al portapapeles

Mario DE VALDIVIA


Enero 08, 2018

Como se sabe, Jano era una deidad romana representada mitológicamente como un ser con dos caras, opuestas entre sí, pero en un solo cráneo. Es decir, a Jano se le atribuía la cualidad de ver hacia atrás y hacia adelante. En tiempos del emperador Julio César fue establecido el calendario llamado "juliano" (año 45 A.C.), que en algunos países llegó a estar vigente hasta 1918 (Rusia).

En 1582, el Papa Gregorio XIII, lanzó la llamada "Reforma Gregoriana" al calendario, basado ya en adelantos astronómicos y en mejores métodos de medir el tiempo, de manera que se realizó la corrección y el calendario juliano fue sustituido en los países católicos en ese año. Los países protestantes lo hicieron hasta 1752 y principalmente por razones de comercio, unificándose de esa manera la forma de datación e los países occidentales.

Bien visto, no hay razones precisas para iniciar el año en el mes de Jano, salvo la ocurrencia de las autoridades imperiales de aprovechar el primer plenilunio después del solsticio de invierno, en que se veneraba al Sol Invicto, cayendo invariablemente en enero, sin que necesariamente sea en el primer día del mes.

La Iglesia Católica, en el año 325, durante el Concilio de Nicea, trató de fijar fechas importantes para la cristiandad y desde entonces la Pascua de Resurrección se debe celebrar el domingo que sigue al primer plenilunio después del equinoccio de primavera. Luego, asentada la fe como oficial en tiempos de Constantino, se revisó la fecha de nacimiento de Jesús, cálculo que estuvo a cargo de un monje astrónomo y matemático: Dionisio el Exiguo, que es a quien se debe el 25 de diciembre del "año 1" de nuestra era el nacimiento de Cristo, fecha que después fue rectificada por contener un error de cinco años.

Pero al fijarse el 25 de diciembre, su octava es coincidentemente el 1 de enero, ocho días, límite de edad en el cual los varones judíos deben ser circuncidados a tan tierna edad. Entonces, la Iglesia festeja el primer día del año la Circuncisión del Señor y enseguida la Epifanía al realizarse la adoración de los magos el 6 de enero; sigue como fecha muy importante el 2 de febrero, 40 días después del nacimiento, momento en el cual la madre del niño lo presenta al templo y se purifica con las candelas que debía ofrecer al propiciatorio (Día de la Candelaria).

Ese conjunto de fechas ha dado motivo para que tengamos un agradable período de festejos y celebraciones que, desafortunadamente han degenerado en consumismo y supersticiones paganas, haciendo desparecer prácticamente el motivo que las creó.

Pero hemos llegado a enero y al año 2018, con una humanidad envuelta en incertidumbre, presagios de colapsos climáticos, de guerras de aniquilación total, de terrorismo, de fundamentalismo religioso, de secesiones innecesarias, de enfermedades incurables, de hambre y miseria en muchos puntos del continente. La paz no llega, la armonía tampoco y pareciera que los buenos deseos decembrinos son sólo una simulación para regresar en enero a padecer los mismos vicios y el alejamiento de las virtudes que se invocan por el Año Nuevo, demostrando que la conducta humana es inmutable y que las buenas intenciones son sólo parte de un escenario artificial, una tregua para ir de compras y satisfacer la gula.

Nuestro México inicia el año con incertidumbre también: posible fracaso del TLC, gasolinazo en puerta, "cuesta de enero" por un incontenible proceso inflacionario. Pero nuestra mayor tragedia es la etapa electorera, cúmulo de falsedades y de rostros ovejunos que ocultan desgarradoras intenciones que parecen conducir sólo a la corrupción y al saqueo. Las fechas de votación son la sacralización de un execrable rito que no nos gusta, aunque lo perfumen de democracia. Los políticos en campaña asemejan a los cuatro jinetes del Apocalipsis: hambre, muerte, peste y guerra campean en el territorio nacional. Nada nos redime.

  • URL copiada al portapapeles