“No me importa que me vigilen, no tengo nada qué esconder”

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Barthélémy MICHALON


Enero 21, 2018

Cuando el tema de la vigilancia surge en nuestras pláticas casuales con familiares, amigos y compañeros, solamente es cuestión de minutos (o menos) para que uno de los participantes exprese la idea que encabeza esta columna. Muy probablemente, este punto de vista será recibido con movimientos de cabeza o comentarios aprobatorios.

A mediados de enero, la Cámara de Representantes aprobó la renovación de la sección 702 de la ley FISA, base legal de una extensa vigilancia digital en Estados Unidos. Esta semana, el Senado hizo lo mismo, también con una amplia mayoría de votos a favor y el presidente la acaba de firmar, cerrando así el proceso legislativo. Game over.

Ante esta situación, muchos aquí y allá reaccionarán con el tradicional argumento ya mencionado: si no tengo nada que esconder, no tengo por qué preocuparme. Esta respuesta, casi instintiva, parece ser un enunciado de sentido común.

Sin embargo, como lo señalaba al final de mi columna de la semana pasada, este razonamiento merece ser examinado con mayor detenimiento. Es importante que cada uno sea consciente de sus implicaciones y no lo acepte como una verdad general y evidente sin haberlo antes cuestionado.

Primero que nada, ¿qué significa, concretamente "no tener nada que esconder"? Esta aseveración sobrentiende que cualquier cosa que uno quiera mantener privada sea, por definición, forzosamente mala (es decir, ilegal, vergonzosa, inmoral, o todo esto al mismo tiempo). ¿Será cierto? Por supuesto que no lo es. Existe una multitud de asuntos que, por motivos perfectamente legítimos, cualquier persona quiere mantener privados, es decir, fuera de la mirada pública. En caso de dudarlo, pregúntense a sí mismo: ¿dejarían a alguien un acceso libre y sin restricciones al contenido de su celular o de su computadora personal? Por supuesto, su respuesta dependerá de "a quién" se le estaría dando este permiso pero para casi todas la respuesta será altamente restrictiva y limitada a un pequeño círculo de personas de confianza… Varios admitirán incluso que no dejarían tal acceso a nadie, ni siquiera a su pareja o sus familiares más cercanos.

En esta época de exhibicionismo en las redes sociales, podríamos llegar a pensar que, quizá, a la gente ahora no le molesta dar a conocer todos los aspectos de su vida personal. ¿Todos, realmente? Claramente, lo que cada usuario de Facebook da a conocer no es representativo de lo que es realmente su vida: hombres o mujeres, cada uno enseña solamente aquellas facetas de su vida que lo hace parecer feliz, exitoso, atractivo, etcétera. Detrás de lo que cada uno muestra está también lo que cada uno quiere mantener callado. Lejos de demostrar que ahora todo es público, la forma actual de utilizar las redes sociales revela al contrario que cada quien desea mantener un control entre lo (mucho) que publica y lo (todavía mayor) que decide no compartir.

Así que, efectivamente, muchos no tenemos nada "malo" qué esconder, pero todos tenemos un ámbito de privacidad que queremos hacer valer y que es indispensable para el desarrollo normal de la persona y para la vida en sociedad.

Quizá algunos piensen que aun así están dispuestos a renunciar a buena parte de su privacidad con tal de obtener mayor seguridad. Esta observación es entendible a primera vista, pero se basa en una idea errónea según la cual, de manera mecánica, entre más privacidad abandonamos, más seguridad obtenemos a cambio.

Tristemente, nuestro país es una excelente ilustración de este malentendido.

Hace año y medio, una ONG canadiense reveló la existencia en México de un programa de intercepción de las comunicaciones privadas, un hecho que incluso los medios internacionales han comentado y que ha dado pie a la campaña #gobiernoespía. De manera secreta, autoridades de nivel federal y estatal han ido adquiriendo y utilizando el programa Pegasus, desarrollado por una empresa israelí y que permite captar toda la información de cualquier celular que haya sido previamente "infectado". El gobierno de Puebla fue señalado de manera directa como uno de los usuarios de esta herramienta.

¿Qué beneficios ha traído la implementación de un esquema tan intrusivo? Primero, se ha observado que el programa fue dirigido, por lo menos en parte, hacia adversarios políticos, periodistas, activistas y defensores de los derechos, lo cual representa una clara desviación de su propósito inicial, que era en nombre de la seguridad. Hablando de seguridad, justamente: ¿realmente la situación ha mejorado, en el plano nacional y estatal, en los últimos años?

¿No tienes nada que esconder? Qué bien, pero aun así tienes una privacidad que defender y motivos para preocuparte.

 

*Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey, en la carrera de Relaciones Internacionales

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