Martes 20 de Febrero de 2018 |
Para José Luis Olazo
Después del susto que el sismo del 19 de septiembre de 2017 nos propinó, pensamos que iba a pasar bastante tiempo para que volviera a temblar, y resulta que el viernes 16 de febrero de 2018 nos dieron otra sacudida. Justo un par de días antes fui a Fomento Editorial BUAP a recoger un par de ejemplares del libro Puebla 19S: La vida sigue, coordinado por el doctor Alfonso Esparza Ortiz, en el que participé con una crónica. Esta semana me gustaría aprovechar este espacio guajolotero para transcribir parte de lo que el lector se podrá encontrar en el libro: "Camino en dirección a la prepa Zapata. Los semáforos no sirven. El paletero que atiende la Michoacana se puso a dirigir el tráfico, le ayuda el taquero de la contraesquina. Qué valientes. ¡Pinche gente no entiende! Grita el chavo que apenas unos minutos atrás despachaba tacos y que ahora se enoja porque no respetan su improvisación como agente vial. Camino sobre la 16 de septiembre. Cerca del parque del Carmen me encuentro a un vendedor de tacos de canasta, pienso que va a ser una tarde muy larga, me detengo y me como una orden que me sabe a nada. No es mi glotonería la que me hace comer sino la idea de que hay gente a la que hay que ayudar y uno debe mantenerse con energía suficiente. Escucho en la radio del automóvil del taquero que dos personas murieron más adelante, apenas a tres calles de donde estoy. Desvío mi camino y bajo hacia la 2 Sur, cerca del museo Amparo, donde también hubo cuarteaduras ¿Le llamaremos el temblor que fracturó las esquinas de Puebla? Si no se sintiera tanto miedo en el ambiente, diría que es un día de asueto. La gente tomó las calles, camina por donde deberían pasar los autos. Llego a la esquina de El Sol de Puebla y me sorprende que los negocios en los portales estén cerrados, el resquebrajamientos de una ventana desciende hasta el inicio del arco de entrada a la pizzería que está en la 3 oriente. Apuro el paso y me encuentro con algunos alumnos de la prepa Zapata, los veo asustados. No escondo mi temor y les pregunto cómo están. Me responden que bien y se alejan. El reloj de sol que estaba en el edificio San Jerónimo se vino abajo, me dice Verónica muy consternada. Ya no estaba dando clase, estaba en mi casa pero decidí venir a la Universidad. Me doy cuenta que tuvo el mismo pensamiento que yo al venir hacia el lugar de trabajo. No le pasó nada a nadie, afortunadamente no había alumnos en el patio. La facultad de Psicología de la BUAP tendrá que ser reubicada días más tarde. Llego al punto que me interesaba arribar: la prepa Zapata. Todos los alumnos se fueron. El pretil está fracturado. Se me llenan los ojos de lágrimas. Ahí están Gilberto, Eleazar, Rodrigo, Ricardo… me contengo las ganas de llorar y me acerco a ellos. ¿Cómo están todos? Ya se fueron los chavos, en general todos se fueron… sólo quedamos nosotros, me dice Ricardo Valderrama, el director de la prepa. Tenemos que sujetar las partes que pudiesen venirse abajo. Ya tenemos cuerdas, vamos a subir con mucho cuidado. Me detengo a pensarlo un poco, "chingue a su madre", me digo mientras ya estoy adentro de la prepa. ¿Si no somos nosotros los que cuidamos de este edificio, entonces quién? La casa de las diligencias, el primer telégrafo de América Latina estuvo ahí. La universidad femenina. El instituto Washington. La prepa Zapata… Un edificio del siglo XVI. […] Nos dijeron qué hacer durante un sismo: no corro, no grito, no empujo. Pero no nos han dicho qué hacer después de un sismo. Y es que temblará nuevamente. Ayer tembló. Hoy tembló. Temblará nuevamente."
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