Lunes 26 de Febrero de 2018 |
De César Aira se ha dicho que es un escritor innovador, experimental, raro, posmoderno. No sé si concuerdo con todos los adjetivos. Creo que un escritor arriesgado. Un escritor que siempre está en la búsqueda de contar nuevas historias de manera tal que desconcierte al lector. Uno lee a César Aira y de pronto siente que está frente a un acontecimiento literario extraño, en donde no importan las formas, incluso en donde lo último que importa es el libro: lo importante en Aira es que el lenguaje es un artificio que representa a la realidad, y esa realidad la podemos llamar literatura. O no. En muchos de sus libros, César Aira exige que el lector se emplee a fondo para descubrir el significado profundo de sus tramas, como en el caso de Cómo Me Hice Monja-una historia que desde un inicio es nebulosa, que hace que el lector se mantenga a la expectativa por desentrañar dicha confusión pues el narrador, que también se llama César Aira, se refiere a sí mismo como niña pero el resto de los personajes de la novela lo ven como un niño-, o en El pequeño monje budista-novela corta cuyo final nos hace reflexionar sobre la espiritualidad de oriente y occidente-. Sin embargo, en el libro Los dos payasos la exigencia al lector es que esté preparado para que le cuenten un chiste enorme. O un número de circo. O una historia política. O un reflejo de la sociedad
¿Para qué contarnos un chiste que hemos visto cientos de veces en la televisión o en una fiesta infantil? En la historia no hay nada nuevo bajo el sol, es un lugar común: un payaso le pide a otro que le ayude a escribir una carta a su novia, a quien le lleva de regalo un salchichón y una botella de vino. El segundo payaso acepta ayudarlo y es ahí donde se traza una confusión gramatical entre el verbo "beba" y el hipocorístico Beba -el nombre de su novia es Genoveva-; lo mismo ocurre entre nombre del signo de puntuación "coma" y el verbo que refiere a ingerir los alimentos. Forma y función de las palabras en plena confusión. Una vez reconocida la historia sabemos el final, pues como lo he dicho, es un lugar común y un chiste muy viejo: mientras el payaso que puntualmente dicta la carta va diciendo "Querida Beba coma", el payaso que está tomando el apunte se come el salchichón y se toma la botella de vino de manera que al llegar al final de la redacción está completamente borracho y se comió el salchichón. Sin embargo, el logro de Aira está en convertirse en una especie de alquimista pues toda historia que toca la literaturiza, una "enfermedad" que padece todo buen escritor, y que a algunos no les es demasiado grato, pues hasta el menor de los comentarios les estalla en las manos convertido en literatura. El libro es un arma de dos filos: pues por una parte, se sintetizan muchas clases sociales y puede ser visto como una lucha por el poder político y social -los dos payasos representan sendos poderes-; y por otra, la sencillez de una historia contada en 53 páginas deviene en la relación estereotipada de la amistad mal entendida, que también puede convertirse en chantaje y engaño. O no. Los dos payasos de César Aira (2001). México. Ediciones ERA. |