¿Usted es político?

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Martín CORONA


Marzo 01, 2018

En el desplazamiento semántico de los vocablos, el momento actual nos marca una nueva manera de enunciar y entender la palabra "político". Mientras que antaño era un halago decir que alguien de corbata, saco de vestir y zapatos recién lustrados en el parque era un político, hoy resulta casi en un insulto para cierto sector social que cada día va en aumento,

Antaño era común escuchar cosas como: "ve y pídele trabajo a tu tío que anda en la política". Sin embargo, pocos padres cometerían ese error crucial el día de hoy, ya que seguro expondría a sus hijos a una serie de conflictos, problemas y, algo aún peor, cabría la enorme posibilidad de que su propio hijo terminara convertido en uno de ellos y no creo que sea sencillo ir por el mundo afirmando: sí, mi hija se dedica a la política.

Atrás quedaron los tiempos gloriosos en que el presupuesto del estado era tan grande que permitía una serie de excesos absurdos, en los cuales cabían sueldos y compensaciones enormes, dinero a manos llenas para gastar, empresas paraestatales y fondos provenientes de los recursos casi inacabables. No, señores, aquellos tiempos en que las manos del presidente y todas sus huestes tenían tanto que se les escurría terminaron, por ello, ahora no cabe posibilidad alguna de aplicar el dicho: "si te bañas, salpica".

En este momento ya el estado no cuenta con los ingresos de telefonía, televisoras, petróleos, electricidad y agua. ¿A qué le debemos este cambio? Pues a una nueva forma de administrar la riqueza y hacer negocios, al tan famoso liberalismo económico donde el dinero es el esperanto para hablar de cualquier cosa. Ya el amor a la patria, la fe en Dios o la mismísima amistad o la fidelidad al partido han quedado atrás, es el dinero (de preferencia en dólar) quien rige y manda las directrices.

Así que la clase política de todos los países ha quedado reducida y minimizada.

Reducida a un pequeñísimo grupo de empresarios con mucha fe que desean y anhelan seguir haciendo negocios, minimizada a unos cuántos pesos de sueldos y prestaciones que cada vez se van perdiendo y disolviendo. Y la gente no puede evitar darse cuenta, es por ello que antes topar con un político era como sacarse la lotería, porque los favores, la opulencia y el derroche le acompañaban a donde se dirigiera, no como ahora que pide y recibe favores a diestra y siniestra temiendo siempre no poder estar a la altura, ya que ni apellidos, ni fidelidades, ni siquiera el actual puesto le garantiza al pobre político seguir teniendo algo de poder.

Yo conocí a esos políticos que daban la orden de contratar a diez personas con plazas definitivas en mitad de una comida o compartiendo una botella de vino de precio insospechado y nombre impronunciable. Quizá por ello no me explico cómo es que hoy nadie quiere creer en el noble oficio del político como pieza esencial para el desarrollo económico de los pueblos. O quizá se deba a ese manejo perverso del capital que ha despojado de sus más importantes fuentes de ingresos a la inteligente, capaz y comprometida clase política de nuestro país.

A las puertas de un nuevo ejercicio de la democracia, me parece importantísimo recordar aquellas épocas en que un político era un ser intachable, cuyos desaciertos, abusos y mentiras quedaban escondidos detrás de su capacidad de dar, prometer, cumplir y hacer su regalada gana con el recurso. En cambio ahora, vemos a la clase política convertida en empleados de los bancos y banqueros, vemos que en su desesperación acuden a figurines de la acaecida fama televisiva, a figuras populares vacías y absurdas, a deportistas venidos a menos, con tal de no perder el comentario de la gente, con la única finalidad de hacerle ver al capital que siguen teniendo la voluntad de la gente de su lado.

Duele ver cómo una clase que tanto trabajó en crearse un espacio, hace un par de siglos cae irremediablemente. Duele darse cuenta que los hijos de la revolución son ahora una caricatura de lo que fueron, duele no poder detener la burla y escarnio que hacen los medios y la propia gente de a pie al antaño poderoso y noble sector político de nuestro país.

Tengo un dolor tal que… bueno no, menos que un dolor, cinco dolores que me llevan darle terminitud a mis notas, a la luz de esta nueva etapa de la dinerocracia. (Aquí aplauden)

 

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