Somos lo que hemos leído o feliz Día Internacional del Libro
La teoría de la autobiografía que, en suma, indica que los escritores en un tramo final recuperan la memoria de sus días
"Con los libros ocurre lo mismo que con las personas: hay que tomarlos en serio". CESARE PAVESE
A la Dra. Estela Galicia Domínguez, quien fuera directora de la Palafoxiana por 40 años. Q.E.P.D.
La teoría de la autobiografía que, en suma, indica que los escritores en un tramo final recuperan la memoria de sus días a través de la escritura, centra al libro como el detonante, el pretexto y la justificación de una vida. Silvia Molina le llama: "la escena de la lectura". Las experiencias son el resultado del encuentro del "yo" con la escritura: amores, sufrimientos, desgracias, viajes, creencias, impulsos conscientes e inconscientes, tuvieron alguna relación con la palabra escrita. Yo, siguiendo a Borges, digo que la vida es el resultado del encuentro con el libro: el "yo" lector. Alberto Manguel indica que todas las bibliotecas son autobiográficas. Javier Vargas de Luna se dedicó a viajar por Latinoamérica para conocer a las personas de a pie, taxistas, presidarias, misioneros, marineros, a través de los libros que guardaban en las repisas de sus moradas. La analogía de la vida como una escena de la lectura, ¿qué libros nos han sido significativos? Esos ejercicios comunes de usar las redes sociales como pitonisas, son también posibles si recordamos qué lecturas y qué libros nos marcaron en determinado momento. Por qué, cómo, dónde, cuándo, cuál. Las respuestas podrían ser admirables o lamentables, pero interesantes y determinantes para decir: hoy somos lo que somos porque en algún momento, leímos esto o aquello. En el Día Internacional del Libro propongo recordar, así como en los cumpleaños festejamos lo significativa que es la existencia de alguien en nuestra vida, esas escenas que nos marcaron, los personajes que nos hicieron cambiar de parecer, el autor que nos hizo compañía. Lo digo sin falsas notas melosas. Recuerdo en mi infancia los libros de cuentos europeos, igual de dramáticos y sin gota de misericordia por endulzar la realidad. Los leí varias veces, estupefacta. La niña de los fósforos era la prueba de lo dura que podía ser la infancia. En la adolescencia leer las historietas de Archie me dieron respuestas, en serio, a las relaciones con otros de mi espécimen. Superando esa etapa, el libro de poemas de Benedetti fue mi ancla: los leí una y otra vez hasta grabarme cada verso. Incluso en un viaje muy largo que tuve que hacer sola, sin mi familia, los empaqué. Pesaban mucho, eran dos tomos de ¿300 páginas? Y aliviaron mi soledad en aquellos países que no hablaban mi lengua materna. Cuando llegó mi mejor amiga para traerme de regreso a México amenazó con tirarlos porque no nos dejarían pasar ni al metro. Me negué: si no iban ellos, no iba yo. Todos esos libros, los que enseñaban la mitología griega y romana, los de la primaria de la SEP que reunían cuentos de escritores latinoamericanos: Rulfo, Fuentes, Quiroga, hicieron soportables los contratiempos que la vida me puso enfrente. Como Ítalo Calvino afirmó en una de sus exposiciones sobre los clásicos: "Las cosas que la literatura puede buscar y enseñar son poco numerosas pero irremplazables" (El desafío de los laberintos). Y al reflexionar sobre esta fiesta que celebra la coexistencia en el siglo XVII de Cervantes y Sheakespeare, creo que mi epitafio bien podría decir que en mi vida: "casi todo consistió en aprender a leer". Y que he sido feliz, como le pasaba a san Ambrosio de Milán, descrito por san Agustín en sus Confesiones: "Recorriendo con los ojos las páginas, penetrando con el corazón el sentido; descansando la voz y la lengua". Feliz y placentero Día Internacional del Libro, "desocupados lectores", todos. |
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