Martes 08 de Mayo de 2018 |
Son nuestras elecciones las que demuestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades. J.K. Rowling
En días recientes, en el marco del proceso electoral federal, sucedieron hechos que ponen no solo en riesgo el curso de unos comicios en paz y en orden, sino los fundamentos de un régimen democrático, al cual México ha logrado avanzar, aunque todavía con desafíos, luchando por décadas por el pleno ejercicio de libertades y derechos que buscan ser garantizados con justicia y en un Estado de Derecho. Francamente, después de escuchar propuestas de mutilación de un candidato a la presidencia en el primer debate, pensé que sería difícil alejarse más de la dignidad humana, de los derechos humanos, de los valores democráticos y de la Constitución misma; preferí creer que en lo subsecuente habría mesura, sensatez, responsabilidad y ética en el actuar de los principales actores para renovar, en un clima de concordia, más de 3 mil cargos de elección popular en el país. Sin embargo, me equivoqué porque cuando algo anda mal, puede ir peor; desafortunadamente, desde que inició el proceso electoral, el clima de opinión que ha imperado en los últimos meses en diversos canales de participación social (en redes sobre todo), se ha distinguido por utilizar un lenguaje de confrontación violenta, incluso destructivo entre los ciudadanos que discuten por sus preferencia políticas, en un ambiente que debiera privilegiar el diálogo abierto y libre para la deliberación y el contraste de diversas formas de pensamiento; de argumentos que requieren de civilidad, tolerancia, respeto, y por supuesto, confianza para expresar ideas y creencias, tomando en cuenta la pluralidad que existe en un sistema democrático. Es lamentable que haya expresiones como no querer perder un amigo en el proceso electoral y mejor no compartir lo que se piensa por el miedo que existe de expresar una idea que quizás no coincida con la de muchos; evitando así un rechazo, crítica o un insulto. Nada más temerario en un régimen democrático que evaluar constantemente cómo piensan los demás para ver qué opinar o renunciar a la libertad y automarginarse por pena o por miedo; más aún, en los tiempos de la sociedad abierta, inteligente, integrada e hiperconectada como la que tenemos actualmente. En esas circunstancias para la libertad de expresión, ocurrió en días pasados un incidente que ahora no protagonizó un político, sino un periodista, Ricardo Alemán, generando un amplio rechazo de la opinión pública (de sus colegas, políticos, empresarios, simpatizantes de diversos partidos, y desde luego, de la industria de medios de comunicación),transmitido a través de la radio, televisión, periódicos, plataformas digitales y redes sociales) porque se le hizo fácil dar un retuital comentario de un internauta que publicó la frase "Les hablan" para compartir esta idea: "A John Lennon lo mató un fan. A Versace lo mató un fan. A Selena la mató un fan. A ver a qué hora, chairos", en clara alusión a los simpatizantes del candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador. La libertad es el cimiento de una sociedad democrática, pero en un momento en el que han sido asesinados más de 80 candidatos a cargos de elección popular, el comentario que publicó, empleando analogías de sucesos violentos para promover una abierta incitación al crimen político, me parece que fue desproporcionado, poco reflexionado y muy desafortunado. Ricardo Alemán ha tratado de defenderse deslindándose de lo que se le acusa; si bien, todas las palabras que utilizamos los seres humanos tienen un significado y una intención, especialmente cuando se unen con el propósito de ejercer el periodismo; por lo cual, resulta ingenuo pensar que el uso de dos palabras ("Les hablan"), empleadas en el contexto de un comentario impulsivo y violento que se expresó en las redes, no intentaran provocar una reacción de los que piensan distinto a él; eso sería tanto como insultar la inteligencia colectiva. Me parece que en el ejercicio de la libertad de expresión también hay que hacerse cargo de lo que nos toca y de todas nuestras elecciones con sentido de responsabilidad y asumiéndolo como un acto propio (tal como lo explica Fernando Savater en Ética para Amador). Actitud que no se percibe en el periodista porque no reconoce como una falta grave esta acción; sin embargo, las empresas periodísticas para las cuales laboraba decidieron rescindirle su contrato. Como conclusión, no importa quién gane la elección, pero sí quiénes pierden cuando en el ejercicio de la libertad los ciudadanos optan por destruir la convivencia pacífica para construir una base de confrontación agresiva, basada en el odio y la radicalización de ideas y creencias. Irresponsables de la libertad son quienes por fanatismo o ignorancia llevan al límite sus expresiones, con lo cual, ni el periodista ni sus detractores, pueden justificar el bajo nivel de intercambio de ideas de este conflicto en redes, ya que privilegiaron su propia verdad y la forma de imponerla, sin importar cómo. Ese no es el camino hacia la democracia porque estaríamos entonces abonando a una sociedad ingobernable, intolerante, irascible, que difícilmente lograría que la transición del poder ocurriera en calma. Aquellos que se sientan con una alta estima de sí mismos en cualquier orden de la vida pública, es necesario que reflexionen que, tarde o temprano, la palabra se la lleva el viento, pero el ejemplo arrastra. Y es ahora cuando la democracia exige ciudadanos que se responsabilicen de sus decisiones y una suprema madurez cívica que comprenda el impacto social que tienen; así se construye ciudadanía y una base social mínima para tolerar nuestras diferencias, en un ambiente de respeto y civilidad.
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