El sabor de las abuelas

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Efrén CALLEJA MACEDO


Junio 11, 2018

Hay tres certezas compartidas por la mayoría de las familias: las abuelas son los personajes emblemáticos para el resguardo de la historia; el espacio epicéntrico de los recuerdos es la cocina, y el universo del pasado se abre cada vez que los aromas y los sabores nos parecen familiares. Por ello, si queremos saber quiénes somos, de dónde venimos y cómo hemos construido nuestra identidad, basta pensar en acertado título editorial De cómo cocinaban las abuelas (Tejedora de historias-Landucci, 2013).

Aquí, 29 personas recuerdan a sus respectivas abuelas -y dos abuelos- para compartir historias de migración, anécdotas familiares y recetas. Por lo tanto, este es un recetario que narra y, a la vez, un libro de crónicas para cocinar. Eso somos, historias y sabores.

En alguna parte, Manuel Vázquez Montalbán escribió -o dijo o pensó a través de Pepe Carvalho- que comer es una necesidad biológica, pero cocinar es un acto cultural; quizá también él enunció que la humanidad es la única especie que habla de comidas previas y futuras mientras comparte los alimentos del presente. Ambas afirmaciones son las alas del mismo pájaro, el de la memoria. Somos lo que hemos comido y lo que hemos vivido mientras comemos. Por eso las abuelas son el tótem de cada tribu: el antepasado visible que confirma el paso de la familia por la historia monumental y la historia afectiva. La abuela ha visto el ascenso y la caída de los grandes nombres; es ella quien anuda la red filial de encuentros y desencuentros. En torno a su fuego se congregan los idos y los que están por llegar, y nosotros, los testigos de su encantamiento.

En De cómo cocinaban las abuelas los trazos biográficos abarcan generaciones viajes, extravíos, amores, desolaciones, complicidades y vínculos gastronómicos.

Dice, por ejemplo, Mireya Vladiu de su abuela Libertad Ródenas: "Nunca se casó por alguna ley que no fuera la del amor y los compromisos personales, pues vivió en unión libre con mi abuelo José desde que se conocieron hasta su muerte. […] No sé si haya tenido amores ajenos a mi abuelo, pero cuentan que tuvo muchos admiradores, entre ellos un poeta sindicalista que le dedicaba versos".

Cuenta Ana Mónica Ávila de su abuela: "El año pasado festejamos sus 75 años, eligió hacer una fiesta 'Blanco y Negro' como baile de colegialas de los años cincuenta. Se le veía radiante, ufana, como cuando le digo cualquier domingo a la hora de comer: Macana, quiero otro plato de tus alubias mientras me dices que estamos igual de locas y me cuentas cómo es que nunca aprendiste a hacer pasteles".

Arcelia Serrano Vargas explica cómo deben cocerse las tortillas, de acuerdo con la enseñanza de su abuela Antonia: "Si no se esponja es porque no la tortillaste bien; si la volteas antes de tiempo, le va a faltar cocimiento; si la volteas después de tiempo, se seca. Debes esperar a que se dore la panza, que no se queme pero que tampoco salga cruda, porque el sabor no es el mismo. Si le falta, sabe a masa; si le sobra, sabe a humo".

La abuela Josefina es recordada así por Laura Aguirre Lass de Lamont: "La primera imagen que tengo de mi abuela es en la cocina, comiendo clandestinamente arroz con leche metido en un bolillo; de pie, cocinando mole de olla, adobo, sopa o puchero de res, o sentada aporreando la masa, enharinado el palote para aplastar las tortillas".

Cada historia es acompañada de una receta. Hay entradas y guarniciones, sopas y pastas, platos fuertes, piezas para acompañar y postres.

De cómo cocinaban las abuelas es un guiso de varios ingredientes: Laura Athié, la Tejedora de historias, convocó a escribir las historias de migración y gastronomía de las abuelas; 28 nietos de México, Estados Unidos, Chile y Argentina escribieron; los textos se editaron respetando la intención y el lenguaje de los autores; se hizo un trabajo de ilustración y se diseñó. En pocos meses se agotó la primera edición. Durante 2013, la editorial Landucci publicó la segunda edición, actualmente en todas las librerías.

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