El juego de lo filial

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Efrén CALLEJA MACEDO


Junio 25, 2018

Peralvo iba a ser más grande que Pelé, porque veía lo que nadie más sobre la cancha de juego, pero confió en Murilo Filho; Murilo Filho quería ser feliz con Elvira pero sólo se convirtió en el Dickens de la crónica deportiva y el padre de Neto; Neto, aspiró y aspiró y cantó y cantó y corrigió y corrigió sin alcanzar la luz fuera de la sombra de su padre.

Los tres protagonizan una trama que cruza los tiempos, embrolla las memorias, contrapone las versiones, permite avistar el Brasil de la dictadura y, especialmente, confirma que las jugadas sobre la cancha de futbol están unidas a las vidas, los corazones y los devenires de los espectadores.

Por eso, el futbol nunca se desarrolla sólo entre los cuatro banderines de corner. Lo juegan también los millones de personas que orbitan en torno a sus noticias, quienes esperan ser los próximas craks, aquellos que lo discuten en los grandes diarios o en las mesas de café, y los hijos, las mujeres y los amigos de todos ellos.

De eso habla El regate, de SérgioRodrigues (Anagrama, 2014). En entrevista con Canal 22, Rodrigues explicó la dualidad de la novela que enlaza el vínculo deporte-país y la relación padre-hijo:

"Es un homenaje a la historia del futbol brasileño, lleno de glorias, y también es un libro para conocer el papel que tiene el futbol en la formación cultural y de identidad del pueblo brasileño. 1950 es una fecha muy importante para la historia de Brasil y para la historia del futbol. Por la derrota [De Brasil] por Uruguay en la Copa del Mundo. Fue uno de los eventos más traumáticos de nuestra historia. Y en el libro hay una historia familiar, pues no es una historia sobre el futbol, no es sólo una historia deportiva, sino sobre la relación entre un padre y un hijo. Siendo el padre un cronista deportivo que usa el futbol para aproximarse al hijo".

Eso describe la epidermis narrativa de la obra, pero al interior del organismo novelesco -en lo nacional y lo familiar- hay desgarres existenciales, herencias emponzoñadas, visiones ineludibles, epifanías dolorosas y desdichas hacinadas.

En el centro de este caos está Pelé como Bartleby futbolístico durante el partido final por la Copa del Mundo de México 1970. En este momento, como le explica, siempre didácticamente, MuriloFilho a Neto, Pelé ya es O Rei: "Está harto de saber que es un mito, un semidios, ¿qué puede perder si intenta ser un dios completo? Por eso no hace lo correcto, hace lo sublime. Cambia el camino trillado del gol, del gol seguro que había hecho tantas veces, por el incierto que, como veremos, jamás haría […] Lo que pasó aquí, Neto, fue simple, Pelé desafió a Dios y Perdió, pero qué desafío soberbio".

Esa jugada, esa "intervención de lo sobrenatural, el relámpago de eternidad que cayó a la izquierda de las cabinas de radio y televisión del simpático estadio Jalisco el 17 de junio de 1970" inmortalizaron a Pelé y a Elvira, la madre de Neto. Ambos, cada cual a su manera, decidieron hacer de la ausencia el sello de lo presente, la ensoñación de lo perdido, el aura de lo que nunca se materializó.

A su vez, las dos omisiones definen la duplicidad del diálogo entre Neto y su padre. Por un lado, la rememoración agobiante del legendario regate que Pelé le hace a Mazurkiewicz, el portero uruguayo. La narración se traga siempre las palabras del enfermo terminal, ese sustituto del autor de las poéticas columnas que obligaban pequeño Neto a tomar el diccionario.

Pero, por otro lado, la reserva paterna elude todos los intentos del hijo por acercarse a la vida de su madre. Si el gol inacabado ilumina la memoria de Murilo Filho, la mención de Elvira imposibilita que el enfermo haga con su memoria lo que hace con la vieja videocasetera una y otra vez: "editado, rew, play, pause, play".

Por ello, acepta Neto: "En ese momento miras a tu padre y revives por última vez, con violencia asombrosa, el viejo sueño de matarlo".

Pero hay una tercera ausencia, la de Peralvo, el jugador de la magia, de la macumba, el lector de auras. El amigo y confidente del periodista. El protagonista del reportaje que Murilo Filho publicó "en aquella edición de mediados de febrero de 1964 del Journal dos Sports".

Porque al final, quizá, como le asegura Murilo Filho a Neto, todo pasó porque "Peralvo nunca jugó el Mundial. Peralvo iba a ser más grande que Pelé".

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