La importancia de instituciones, pesos y contrapesos

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Barthélémy MICHALON


Junio 30, 2018

Desde que ha asumido sus funciones, el presidente de Estados Unidos ha multiplicado las decisiones que contradicen tajantemente los ideales sobre los cuales, supuestamente, su país se ha basado desde su fundación. La Suprema Corte acaba de darle validez legal a su decreto por el que se les niega el acceso legal al territorio nacional aciertas personas por el sólo motivo de su nacionalidad. Durante casi dos semanas, los inmigrantes indocumentados arrestados por la policía fronteriza fueron separados de sus hijos, y estos últimos encerrados tras rejas. En este caso, la administración Trump decidió finalmente dar marcha atrás, pero no fue como resultado de la presión ejercida por otras instituciones del mismo país, sino por la indignación suscitada interna e internacionalmente ante el carácter inhumano de estas prácticas. Además, siguen interrogantes acerca de la suerte de las personas que sufrieron las consecuencias de esta política mientras estaba vigente.

En otros campos se advierte, también, esta facultad que una sola persona tiene para dictar el rumbo del país sobre temas que, si bien no tienen tantas implicaciones en materia de Derechos Humanos, no dejan de ser altamente relevantes dentro y fuera de Estados Unidos. Pensemos, por ejemplo, en la denuncia unilateral del acuerdo con Irán, sin fundamentos para justificarla, a las concesiones acordadas a Corea del Norte sin contrapartes tangibles, a la salida del Acuerdo de Paris sobre cambio climático o a sus recientes medidas en materia comercial, que bien podrían desembocar en una seria sacudida a la OMC.

A lo anterior se agregan también indicios altamente preocupantes acerca de las condiciones del acceso de Trump al poder, así como señales de graves conflictos de intereses en el manejo de sus responsabilidades políticas, todo ello en un contexto en el que la verdad ha dejado de representar una base de referencia.

No sería sorprendente que ello sucediera en un país con fundaciones flácidas y débiles estándares democráticos. ¿Pero cómo puede esto suceder en una nación cuyo sistema político fue concebido precisamente para evitar desviaciones de este tipo? Cuando se diseñó la Constitución estadounidense, se tuvo un cuidado especial hacia la fortaleza de las instituciones y el equilibrio de poder entre ellas. Los "padres fundadores", quienes hasta la fecha siguen siendo objeto de una veneración casi religiosa en el país, eran conscientes del riesgo de abuso de poder: con esta preocupación en mente, establecieron un sistema político novedoso que, se esperaba, preservaría los valores y aspiraciones fundamentales del país, independientemente de quienes estuvieran ocupando los cargos de mayor jerarquía.

Con el paso de las décadas y de los siglos, el sistema político estadounidense ha demostrado su solidez y su capacidad para enfrentar retos variados. Aún así, existieron momentos críticos en los cuales este equilibrio se vio severamente amenazado, como durante la Guerra de Secesión o durante la Segunda Guerra Mundial.

Hoy en día, el edificio constitucional estadounidense está encarando uno de los principales desafíos de su historia. Esta vez, la amenaza no proviene de algún trastorno externo al sistema político como tal, sino que tiene el nombre y apellido del actual mandatario estadounidense.

El observador externo puede esperar que las elecciones de medio mandato, en noviembre, colocarán en las dos cámaras mayorías capaces de fungir como el contrapeso que nunca debieron haber dejado de ser. Aunque este escenario deseable se materialice, no sería motivo de alivio ni la señal de que la debilidad existente haya desaparecido, pues el mismo concepto de pesos y contrapesos en un determinado sistema político no debería depender de la coloración partidista de las instituciones del país.

Desde nuestra perspectiva desde el sur de esta frontera cada vez más resguardada, esta inquietante realidad del contexto estadounidense es un recordatorio más de lo importante que es la existencia de instituciones y de pesos y contrapesos reales que rigen sus relaciones. Sin duda, el proceso electoral que tiene lugar el día de hoy pondrá a prueba la solidez de nuestro propio sistema político. Independientemente del nombre del eventual ganador, lo que más importará será la preservación de la integridad de estas instituciones que siguen en fase de consolidación, y que el Estado de Derecho deje de ser una mera aspiración para convertirse en una realidad.

 

* Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey en Puebla en la carrera de Relaciones Internacionales – [email protected]

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