El pasado es sólo una versión de lo que ocurrió

¿Quiénes fuimos y qué pudimos ser antes de habitar la persona que somos?, ¿qué acto definió el curso de la vida?

¿Quiénes fuimos y qué pudimos ser antes de habitar la persona que somos?, ¿qué acto definió el curso de la vida?, ¿cuántos de los involucrados en ese momento comparten la perspectiva sobre lo experimentado? Todas las respuestas a estas preguntas confluirán en lo macro, los acontecimientos compartidos, pero diferirán en lo micro: la importancia de las acciones individuales, las motivaciones de los involucrados y los epicentros emocionales colectivos y personales.

Esta amplitud de la memoria común es retratada por Santiago Rocangliolo en La noche de los alfileres (Alfaguara, 2016), novela en la que narra el episodio de maldad adolescente protagonizado por Beto, Moco, Carlos y Manu, estudiantes del colegio La Inmaculada en la Lima.

La acción transcurre durante la pasada década de los noventa, la época del Perú convulso: Sendero Luminoso, guerras intestinas, criminalización de la pobreza, insurgencias juveniles y desgarres sociales. Así lo sintetizó Rocangliolo en entrevista para El Mundo: "Había una leyenda en Lima en aquella época: se decía que un día, los habitantes de los barrios pobres tomarían al asalto nuestras casas, lo robarían todo, violarían a las mujeres". Ellos, los otros, cruzarían las fronteras internas y tomarían venganza. Pero, como lo confirman los cuatro estudiantes de la escuela jesuita, los otros no están tan lejos, el rencor habita en cada hogar y, especialmente, en cada salón.

Para Beto, Moco, Carlos y Manu el otro es una maestra, la señorita Pringlin. En torno a esta figura docente, los alumnos acopian odios, frustraciones, esperanzas y deseos. Y un día se dejan llevar por esa marea.

Cada uno de los adolescentes tiene su propia porción del país encerrada en casa: el machismo, la dependencia emocional, la soledad alcohólica, el padre ausente, el desequilibrio de los combatientes… Y en sus personalidades habita la consecuencia de ese contexto siempre reforzado por la televisión, la familia de segundo grado, la escuela y la educación: el actuar temeroso, el deseo reprimido, la violencia latente, el juicio implacable y la necesidad de transformarse en seres poderosos y temidos.

Por esta mezcla de circunstancias, la primera expresión de Carlos, en la apertura de la novela, dimensiona la actitud del grupo durante el episodio que los cuatro rememorarán página tras página: "No éramos unos monstruos. Quizá nos pusimos un tanto… extremos. Y sólo durante un momento. Unos días. Un par de noches". Inmediatamente, pone en su lugar el arrebato adolescente: "Eso no es nada. A nuestro alrededor, todo el mundo era mucho peor".

Por su parte, Manu recuerda: "Yo había encendido la tele, y los tres mirábamos las noticias: una bomba se había llevado de encuentro un banco. En la pantalla, entre sollozos y gritos, una fila de muertos y heridos esperaba a ser atendida por las ambulancias. Todo hecho mierda. Fuego. Escombros. Un día normal en la capital".

Es decir, como siempre, el mundo ya está mal cuando los muchachos se suman a la locura. Ellos, con sus alcances, cumplen con su papel de ciudadanos en formación.

Por ello, lo que ocurre en La noche de los alfileres es un ritual de iniciación juvenil y nacional. Los amigos inauguran su tambaleante adultez mientras descubren misterios familiares, asaltan la casa del enemigo, toman rehenes, castigan, asumen su sexualidad, se enamoran y comparten incertidumbres existenciales. Por su parte, los adultos tratan de mantener sus afectos, temores, vicios y poderes. El país, mientras tanto, existe en la televisión que cada vez registra tragedias más cercanas.

Si en el fondo de esta historia podría escucharse a Kurtz, de El corazón de las tinieblas, gritando "¡El horror, el horror!" cada vez que se menciona a los insurrectos y la manera en que son combatidos, sobre la narrativa planea la muy peruana pregunta de Conversación en La Catedral: "¿En qué momento se jodió el Perú?".

¿En qué momento?, esa es la pregunta que contestan Beto, Moco, Carlos y Manu cuando uno de ellos decide entrevistar a los amigos, ya adultos, para recorrer paso a paso la aventura violenta de la adolescencia.

Ante la cámara del entrevistador, los amigos se ven forzados a cruzar recuerdos, amores y protagonismos. Testimonio a testimonio se confirma que el pasado es sólo una versión de lo que ocurrió, como bien lo sabemos e invitamos a confirmar en LEM.

*Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias (lem)

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