Las palabras como un braceo en aguas turbias

“¿Cómo pueden las ciudades contemporáneas no volverse seriadas, indistintas; es decir, tan turísticas, tan multiculturales, tan ecológicas

"¿Cómo pueden las ciudades contemporáneas no volverse seriadas, indistintas; es decir, tan turísticas, tan multiculturales, tan ecológicas, tan gentrificadas, sino recuperando sus fantasmas, sus mitos, sus calles perdidas?", se pregunta y se responde Edgardo Scott en el prólogo de Los ríos perdidos de Londres y el sublime topográfico, de Iain Sinclair (Fiordo, 2016). Tiene razón. Si en el mayo francés se juraba que la playa estaba bajo los adoquines, en la globalización unificadora de hoy la memoria late debajo del paisaje urbano saturado de lugares comunes.

Por ello, Sinclair camina para dar cuenta de los reductos invisibles de Londres. Sus pasos siguen las rutas de los cuerpos de agua ausentes, devorados por el progreso entendido como construcción,chapotean en la memoria líquida de la historia local, avanzan entre los pliegues del pasado y las dudas del futuro, serpentean por calles que han olvidado su origen y sólo piensan en el ahora.

Ese presente edificado sobre los antiguos cuerpos de agua es definido por las múltiples topografías que hoy, siempre temporalmente, redondean la idea de la ciudad. Con el tiempo, estas expresiones tangible de la identidad citadina serán diluidas por el tiempo, las urgencias y las novedosas ideas de lo actual.

Pero mientras transcurre esa desaparición paulatina, las costumbres se acumulan, se replican, se actualizan. El vaivén de la ciudad responde a esa personalidad temporal que es la suma de lo paisajístico y lo humano.

Así, minuto a minuto, la ciudad protagoniza su perenne transformación. ¿Qué hubo antes de que fuera reconocible este presente que creemos eterno?, pocos lo recuerdan. Por eso, Sinclair inicia con un párrafo esclarecedor: "Esta es una advertencia que hago sólo para introducirlos en el temple adecuado; mis palabras son el equivalente de un braceo en aguas turbias, a veces flotando bajo las estrellas, a veces revoleado contra la corriente, a veces varado y jadeante. Yo adoro el agua y lo que de nosotros es agua".

Y más adelante explica: "Las únicas formas válidas de negociar con este mundo, esperando captar aun así los ritmos del cosmos, son caminar y nadar. Lo que me devuelve a la complejidad hechizante de los ríos enterrados de Londres. No se han perdido, en absoluto. Sólo porque no ves algo, señala Ed Dorn, no significa que no esté ahí. Los ríos siguen, aun entubados y ocultos, fluyendo a través de nuestros sueños, dictando el compas de nuestros movimientos y de nuestro ánimo. El Walbrook, el Fleet, el Tyburn, el Westbourne, el Effra, el Neckinger: visibles o invisibles, nos cautivan".

Ese "nos cautivan" incluye a Charles Dickens, Joseph Conrad, Orson Wells y William Blake, entre muchos otros.Especialmente,"Blake vio cuán poderoso era nombrar los ríos tal como se nombra a dioses". Por ello, la presencia del poeta es un motor para los paseos y la obra de Sinclair.

En oposición a este deslumbramiento, la historia magna, la de las grandes decisiones futuristas, también hace lo suyo. Por ejemplo: "Los promotores sintieron que los ríos estaban muriendo; el Támesis ya no era un río navegable y los estibadores representaban el desagradable anacronismo de las prácticas restrictivas. Cuando los ríos pierden su estatus, espiritual y materialmente, se agota el valor de la tierra. Primero desaparecieron los monasterios y después las fábricas de la segunda revolución industrial".

Además, "vemos la supremacía de lo virtual sobre lo real, la versión generada por computadora por sobre las particularidades de lo local. […] La antipoesía de los redactores burocráticos que juegan con la propaganda vacua y los sentimientos retorcidos".

También aparecen por doquier esas catedrales que son como cajas amontonadas y se llaman centros comerciales, en los que todos los fieles -muchos impedidos de hacer compras- "vigilados avanzan como una procesión entre los patios de comida y los pasillos, esperando que les den un sorbo de la esencia del sagrado grano de café. De las pantallas de alta definición caen cascadas pero no se las pueden beber. Y uno no se moja".

Los dos ensayos deLosríos perdidos de Londres y el sublime topográficoconforman una radiografía de las magnitudes históricas, literarias y laborales de Londres, una ciudadcruzada por los cuerpos de agua que ocultó de la vista pero se mantienen en los latidos de la cotidianidad.

En LEM nos preguntamos, ¿cuáles son los ríos de nuestras propias ciudades?

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