El ocaso del régimen sandinista y la historia de un presidente que se hizo dictador

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Tomás Milton MUÑOZ


Julio 21, 2018

La Nicaragua de finales de la década de 1970 se caracterizaba por tener un régimen dictatorial ejercido por la familia Somoza, que entre 1934 y 1979 controló los destinos del país con el apoyo del gobierno estadounidense y de las élites derechistas nicaragüenses por medio del terrorismo de Estado y a costa de la pobreza, la desigualdad y la división de su población.

La Nicaragua de hoy, que recién cumplió 39 años de la victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)para derrocar al último de la estirpe familiar en el poder, Anastasio Somoza Debayle-, de nueva cuenta padece un gobierno tiránico que ha traicionado sus valores como movimiento político-social y que usa los recursos del Estado para asesinar a los opositores y mantener en la silla Presidencial a un vetusto Daniel Ortega, otrora héroe revolucionario y ahora aniquilador de la voluntad popular.

La historia de Nicaragua, como en buena parte de América Latina y el Caribe, está intrínsecamente ligada con Estados Unidos, cuyos dirigentes vieron en los Somoza el vehículo ideal para mantener su influencia y salvaguardar sus intereses en la región a través de un gobierno corrupto, torturador y asesino, por ello la Revolución de 1979 encabezada por el FSLN, nombre tomado en honor al revolucionario Augusto César Sandino, asesinado por órdenes del gobierno estadounidense en 1934, representó para Nicaragua la oportunidad de tener un gobierno autónomo y sentar las bases institucionales de un movimiento de izquierda capaz de velar por los intereses de la población, en plena época de Guerra Fría.

El encargado de dirigir el nuevo proyecto de nación durante la siguiente década sería un joven Daniel Ortega, entonces de apenas 33 años de edad y quien reconoció la importancia de la participación de sacerdotes católicos en contra del régimen somocista. La Revolución Sandinista tenía como objetivos principales reconstruir el tejido social por medio de la reducción de las desigualdades de clase, constituir una economía agroexportadora con la participación activa del Estado y la creación de un régimen de democracia efectiva, de justicia y progreso social, según lo estipulado en el Programa de Gobierno de Reconstrucción nacional, acordado en 1979.

Tras casi 11 años de gobiernos sandinistas, Violeta Barrios de Chamorro, opositora a los Somoza y después respaldada por Estados Unidos, se convirtió en la presidenta de Nicaragua (1990-1997) y aunque Daniel Ortega intentó regresar a la Presidencia en las posteriores elecciones de 1997 y de 2001 fue derrotado en las urnas por los liberales Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños Geyer, de manera respectiva; sin embargo, el eterno líder sandinista regresaría una vez más a las urnas en 2006 para convertirse de nueva cuenta en el presidente de Nicaragua.

El regreso al poder de Ortega, quien ha acumulado 12 años más en la Presidencia, ha estado marcado por claro oscuros en los ámbitos económico, político y social. Sobre el primero rubro, el país ha registrado desde 2006 un crecimiento anual promedio del Producto Interno Bruto (PIB) superior al 4 por ciento, la economía se ha diversificado, las inversiones extranjeras se han incrementandoy se construye un canal interoceánico, con aportaciones chinas, para competir con el Canal de Panamá.

En contra parte, la desigualdad social y la pobreza también están presentes. De acuerdo con la organización no gubernamental OXFAM, una élite cercana a Ortega se enriquece mientras que los beneficios económicos no llegan a las grandes capas, además, los datos que da el gobierno nicaragüense sobre reducción de la pobreza son puestos en duda por organismos como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el canal interoceánico ha provocado el desplazamiento de miles de campesinos y no hay certeza de que esté listo para 2020 como había sido proyectado.

En el ámbito político, el gobierno de Ortega se distingue por la falta de diálogo y de libertades, por apoderarse de los organismos electorales, así como por la represión hacia opositores, los abusos en contra de estudiantes y el escarnio en contra sacerdotes y obispos de la Iglesia católica que han buscado mediar.

El mandatario nicaragüense, quien gobierna el país con mano dura junto a su esposa, la también ex guerrillera y actual vicepresidenta Rosario Murillo, ha generado múltiples tentáculos desde la administración pública para perpetuarse en el poder y modificar leyes que le permitieron reelegirse una vez más en 2016, lo que ha alimentado el descontento en buena parte de la sociedad y la división en un país con poco más de 6 millones de habitantes y dador de grandes poetas y escritores como Rubén Darío, Ernesto Cardenal y Gioconda Belli.

Desde abril pasado, una serie de manifestaciones sociales han emergido en el país centroamericano en contra del gobierno de Ortega, primero ante una reforma a la seguridad social que reduciría las pensiones, y después por los abusos del gobierno de Ortega y su negativa a dejar el poder.

Lo que se vive en este momento en Nicaragua es una crisis humanitaria que ha dejado desde abril más de 300 civiles muertos a manos del ejército, la policía y los grupos de choque afines a Ortega, situación que parecería interesar poco a los grandes organismos de integración de la región. La Organización de Estados Americanos (OEA), por ejemplo, apenas aprobó una resolución para condenar las acciones del régimen sandinista y pidió adelantar las elecciones presidenciales para marzo de 2019, propuesta que ya había sido realizada y presentada ante Ortega por los obispos católicos, a quienes el actual presidente ahora acusa de golpistas.

Otros mecanismos como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) han carecido de contundencia para exigir que terminen las matanzas de estudiantes, de niños, de mujeres y activistas. Desde la izquierda el ex presidente uruguayo José "Pepe" Mujica es de los pocos que ha pedido a Ortega dejar el cargo, en contraste durante el Foro de San Paulo, integrado por políticos y movimientos progresistas, celebrado la semana pasada en La Habana, se careció de autocrítica y se hizo un llamado para defender ante los embates del neoliberalismo y de Estados Unidos a todos los gobiernos de izquierda en la región latinoamericana y caribeña, incluidos los regímenes dictatoriales de Venezuela y de Nicaragua.

A pesar de lo anterior, el ocaso del régimen sandinista ha llegado porque los valores que impulsaron la Revolución de 1979 han sido traicionados. Ortega, ahora de 73 años, podrá sobrevivir algunos meses o incluso otros años en el poder, empero el daño hecho a su pueblo y a las instituciones da al traste con el sueño de unión, de democracia, de igualdad.

 

"Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña.

Mis ilusiones, y mis deseos, y mis esperanzas,

me dicen que no hay Patria pequeña…" (Rubén Darío)

 

*Doctor en Ciencias Políticas y Sociales. Profesor e investigador de tiempo completo adscrito al Centro de Relaciones Internacionales de la UNAM y profesor de cátedra en el ITESM Puebla.

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