Martes 24 de Julio de 2018 |
En nuestra entrega anterior comentamos los muy evidentes efectos positivos del asentamiento humano permanente y agrupado, en sitios que hemos llamado después aldeas, villas o pueblos, proceso histórico que llamamos de urbanización. Somos todos conscientes de que, al urbanizarse, el hombre obtuvo innumerables ventajas de todo tipo (las "economías de aglomeración" facilitaron la captación y distribución de agua, la comunicación interpersonal, la información y la educación, etc.). No hay mucha duda que algunas de estas aldeas devenidas en viejas ciudades han sido la cuna de la civilización humana. Decíamos antes que durante casi dos milenios las viejas ciudades crecieron y se multiplicaron, y que a partir del siglo XIX por efecto de la llamada "Revolución Industrial", muchas de ellas se han vuelto millonarias en habitantes, y que para distinguirlas les hemos llamado metrópolis. Nuestro mundo de ciudades hoy ya es un mundo de metrópolis. La gran ciudad, la metrópoli, es lo contemporáneo. Y se anuncia ya en el horizonte un mundo de megalópolis, de redes de metrópolis. La urbanización significó alejar un poco al hombre de su medio natural. En la ciudad clásica y en la de la edad media, si bien el hombre continuó siendo agricultor, sus vecinos urbanos fueron el carpintero, el herrero, el curandero, el sacerdote y el albañil de la vieja villa. Pero en la ciudad industrial, siglos XIX y XX, la ciudad se conformó de habitantes dedicados a actividades de servicio: comerciantes, tenedores de libros y oficinas, no habría lugar para agricultores. El habitante de estas ciudades se alejó aún más de su medio natural. Al urbanizarse el hombre se despega de la naturaleza, de su medio natural. Por ejemplo, al calzarse o al instalar pisos firmes en su vivienda, se desconecta del espectro electromagnético de la tierra. La iluminación eléctrica le permite aislarse aún más en su vivienda. Esta desconexión progresiva le hace olvidar lo que era evidente para nuestros abuelos, y que sigue siendo evidente para todas las filosofías orientales, que su ser es uno y lo mismo con la naturaleza. En las ciudades del siglo XX y XXI, la desconexión se ha amplificado y han empezado así a distinguirse las enfermedades urbanas, la depresión, las adicciones, el cáncer, la diabetes, impensables o poco comunes en los siglos anteriores. Esta desconexión no es desconocida por la medicina moderna, que recomienda el ejercicio, las caminatas, el asoleamiento para la absorción de vitaminas, y a veces los remedios naturales para las dolencias. Además de sus fármacos, los médicos hoy frecuentemente recomiendan: camine, haga ejercicio, asoléese, siga una dieta sana (natural), tome baños de sol, etc., etc. ¿Imposible des-urbanizarnos? No vamos a ir en contra del proceso natural civilizatorio. Entonces, ¿qué podemos hacer? La pregunta es hoy para los urbanistas y para el ciudadano común: ¿Cómo reconectarnos con el medio natural en el actual nivel de urbanización ya metropolitana? Debemos repensar la ciudad y la metrópolis. ¿Cómo lograr reconectarnos con lo natural dentro de la ciudad o de la metrópoli? Una primera respuesta simple es: trayendo la naturaleza a los territorios metropolitanos. La preocupación es universal. Algunos primeros intentos pueden verse como ingenuos, pero a mi ver apuntan en la dirección correcta. Sobre ellos hablaremos en nuestra próxima entrega. |