La crisis migratoria venezolana, los excesos de un aprendiz de dictador y el papel de la comunidad internacional

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Tomás Milton MUÑOZ


Septiembre 22, 2018

Hasta junio de 2018 unos 2.3 millones de venezolanos habían abandonado su país de origen debido a la crisis económica, política y social provocada por el gobierno conducido por Nicolás Maduro, un aprendiz de dictador que ha limitado al mínimo la participación política de la oposición y se niega a reconocer la crisis humanitaria que vive el país sudamericano.

La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés) calificó de crisis humanitaria el desplazamiento de los venezolanos hacia otros países, en su mayoría ubicados en América del Sur, como Colombia, Ecuador y Brasil, además reveló que la principal causa de la salida de los venezolanos es la falta de alimentos y se registra carencia de medicinas. Mientras tanto, Maduro insiste en negar que exista un éxodo masivo de sus connacionales y se da tiempo para degustar exclusivos cortes de carne en un restaurante de Turquía, atendido por un chef de moda, en un periplo que lo llevó también a China en búsqueda de nuevas inversiones para su país que cada día se queda más aislado del financiamiento internacional.

Las condiciones internas de Venezuela siguen en pleno deterioro, a pesar de que el mes pasado el gobierno de Maduro presentó un nuevo plan económico para atender la crisis financiera y económica que afronta el país. Las acciones emprendidas –entre ellas la introducción de una nueva moneda (Bolívar soberano) a la que se le quitaron cinco ceros y está vinculada a una moneda virtual (el Petro)-, difícilmente podrán paliar los grandes problemas ya que no atienden los principales problemas y son la caída de la producción de petróleo –principal fuente de ingresos del país-, la falta de acceso al financiamiento internacional ante una serie de sanciones y nula credibilidad, y sobre todo al mal manejo gubernamental que se ha hecho de la economía en la gestión de Maduro.

Nicolás Maduro, quien antes de ingresar a la política se desempeñó como guardaespaldas y chofer de autobuses, se convirtió en presidente de Venezuela en 2013 tras la muerte de su mentor, Hugo Chávez, y desde entonces ha continuado con el legado del ex militar fallecido para consolidar al país en algo que denominaron como socialismo del siglo XXI, basado en ideas comunitarias, pero que en el fondo pretenden la construcción de un régimen antidemocrático en el que los medios de comunicación, empresarios y ciudadanos disidentes no tienen cabida.

A diferencia de Chávez, quien en sus primeros años de gobierno consiguió, sobre todo gracias a los altos precios del petróleo que superaban los 100 dólares por barril, implementar medidas populares para garantizar acceso a alimentos, medicinas y servicios sociales al grueso de la población, la administración de Maduro ha sido un fracaso económico y la cúpula en el poder, formada por militares y políticos afines a Chávez como el influyente Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, se niega a abandonar el poder o a reconocer que el modelo económico chavista-madurista ya no funciona.

El desplazamiento de miles de venezolanos continuará en los siguientes meses y años, con todas las consecuencias que tiene una migración masiva que ya ha puesto en jaque a países como Ecuador, Perú y Colombia, que han solicitado ayuda a la comunidad internacional para atender a la gran cantidad de personas que llegan a sus territorios huyendo del hambre y de un país en el que no ven futuro posible.

El pasado 5 de septiembre la Organización de Estados Americanos (OEA) realizó una sesión extraordinaria para tratar la crisis migratoria venezolana, y en ésta se acordó apoyar de forma económica a los países que están recibiendo mayor cantidad de migrantes venezolanos, se exhortó a brindar la categoría de refugiado a las personas cuya vida corra peligro, se pidió facilitar el ingreso de los inmigrantes aunque carezcan de documentos de identidad y se pidió trabajar en campañas para concientizar a poblaciones receptoras de migrantes con el fin de evitar más actos de xenofobia y ataques como los que ocurrieron en Brasil en contra de campamentos de venezolanos.

Las medidas son loables, pero se requiere de un mayor compromiso de otras organizaciones internacionales y recursos financieros inmediatos para los países en los que está llegando la mayor cantidad de venezolanos. Mención aparta merece Estados Unidos, que durante años ha apoyado la caída del chavismo, pero que brilla por su ausencia al momento de atender la crisis migratoria venezolana.

Sin duda, la salida de Maduro del poder y de sus titiriteros, con Cabello a la cabeza, daría esperanzas a los venezolanos para empezar a recomponer el tejido social y construir en el propósito de superar la crisis económica y política, sin embargo, es la propia población venezolana la que debe gestar el cambio y en estos momentos la oposición está dividida, carecen de líderes visibles y con credibilidad capaces de aglutinar un nuevo movimiento, la mayoría de los medios de comunicación están cooptados por el gobierno y las instituciones electorales no garantizan imparcialidad.

* Doctor en Ciencias Políticas y Sociales. Profesor e investigador de tiempo completo adscrito al Centro de Relaciones Internacionales de la UNAM y profesor de cátedra en el ITESM Puebla.

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