Jueves 04 de Octubre de 2018 |
Para Iván Gómez Considero, a título personal, que todo docente de Literatura es capaz de prestar sus libros con tal de que sus alumnos despierten a las letras a través del viaje iniciático que puede ser leer una novela o un poemario. No importa si el libro tiene un valor sentimental o monetario muy alto, todo con tal de que un alumno se embelese -de la misma forma que lo hizo uno- con las imágenes verbales que nos recete el autor en cuestión. Particularmente recuerdo haber regalado por lo menos unas 6 veces sendos ejemplares de Una cerveza de nombre derrota de Eusebio Ruvalcaba a todo aquel que tuviera mal de amores. Y aunque no es un manual para superar la soledad, sí es un libro que te arranca varias sonrisas. Una anécdota curiosa me ocurrió con La reina del sur de Arturo Pérez-Reverte, al que había comenzado a leer con mucho entusiasmo pero a las pocas páginas se me apagó. Lo dejé por un par de semanas, le encontré un gusto diferente al recuperar su lectura y casi a la mitad de la novela, la historia me despertó mayor interés. Suelo leer en cafés mientras espero a la gente, para mí son minutos valiosos de lectura y a veces no tengo empacho en esperar hasta una hora la cita programada si me acompaña un buen libro. Había llevado el ejemplar de La reina del sur a una reunión de café con unos amigos, al despedirnos uno de ellos se ofreció en llevarme a mi casa. Acepté y fuimos hacia su coche, al abrir la puerta me quité la chamarra y dejé el ejemplar de Pérez Reverte sobre el toldo del Chevy de mi cuate. Nos subimos y arrancó con el ejemplar arriba sin que me acordara de meterlo. Creo que "Liberar a un libro" nunca había sido tan cierto como en aquella ocasión. Pero ¿qué ocurre con aquellos libros que no son prestados u olvidados, sino robados? En mi trayectoria como docente también me han robado varios libros. Viene a mi memoria Los esclavos de Alberto Chimal, del que hablé emocionado pues la relación sadomasoquista que se lleva a cabo en la novela me había dejado sorprendido y así se los hice saber a mis alumnos. El ejemplar lo dejé sobre mi escritorio y al día siguiente, cuando lo iba a comentar en otro de mis grupos, había desaparecido. En 2016 se dijo que los mexicanos leíamos 3.8 libros anualmente, así que si Los esclavos contribuyó a rebasar ese porcentaje me parece adecuado; sin embargo, el hurto también debe apuntarse al 11 por ciento de confianza que los mexicanos tenemos respecto a otro mexicano (porcentaje según la columna de Federico Reyes Heroles publicada el 2 de octubre de 2018 en el periódico Excélsior). Cuando era estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras escuchaba a varios de mis compañeros contar sus hazañas sobre los libros que se habían robado. Se corría el rumor que alguien se había robado mil libros de una de las librerías más grandes de Puebla. Más allá de las lecciones de moral que pudiesen parecer estas líneas, me gustaría referirme al objetivo de robar un libro, cuando en este país se roban llantas, celulares, espejos retrovisores para venderlos en el mercado negro, ¿quién pensaría en robarse un libro para venderlo por una suma que duplique su valor? ¿O será que aquel que sustrae un libro lo llevará a casa para después de leerlo colocarlo en sus estantes como la medalla que obtiene un atleta después de una competencia?, ¿tendrá una sección en su biblioteca personal que diga "libros robados"? A final de cuentas, robar es robar. Sea un Gansito o un ejemplar de Moby Dick. Ningún hecho debe hacernos sentir orgullosos. |