Viernes 12 de Octubre de 2018 |
La semana pasada escribí sobre el hurto de libros -ese dolor de cabeza- y me cuestionaba a dónde irían a parar esos libros que la gente les sustrae a sus conocidos o a personas ajenas a su contexto. Al postear mi columna en las redes sociales, mi buen amigo Juan Nicolás Becerra, bibliotecario de cepa en el Estado de México, me escribió para contarme algunas anécdotas que, como encargado de un espacio público, bondadoso y calmo como una biblioteca, ha vivido. Me permití darle voz -en este caso, pluma- porque parece que algunos de los problemas más graves de este país, la inseguridad, puede comenzar en una biblioteca y terminar en la carriola de algún asesino serial. Créanme, aunque parezca que no, a veces, este par de hechos están separados apenas por pocos pasos. Insisto en lo escrito la semana pasada: robar es robar. "Retomando la columna del Guajolote que Lee, me sumo a participar con un par de modus operandi en relación al robo de los libros en las bibliotecas y los robos a mano de las bibliotecas personales, que de pronto son de un surrealismo necesario de comentar con los lectores. En las Bibliotecas Centrales La leyenda estudiantil cuenta de un clásico robo de libros a diestra siniestra y del cual podías salir librado sin repercusión alguna. Esta infamia consiste en lo siguiente: se acude al módulo de una biblioteca, en particular grande o central, y se realiza la solicitud de un libro en tiempo y forma para llevarlo a domicilio. Cuando el usuario tiene el libro en sus manos, le desprende con cuidado la papeleta donde el noble bibliotecario estampa el sello con la fecha de devolución. El usuario regresa con esa papeleta a los estantes a buscar el libro en cuestión para el despojo, lentamente coloca la papeleta que contiene el sello con la fecha de devolución, al salir de la biblioteca la alarma del libro sonará pero el bibliotecario al percatarse que la papeleta tiene una fecha posterior de devolución sencillamente quita la alarma y entrega el libro del pecado. El usuario sale victorioso con su fechoría con la frente en alto. En las Bibliotecas Particulares Ésta es más recurrida y es de tirria: si sueles invitar a tus compas a beber alcohol a tu casa y algunos de ellos le gusta un libro, te amolaste. Hay dos escenarios: en media borrachera te pide el libro para hojearlo, el cual nunca regresa a tus manos, mientras el alcohol sigue corriendo y tú le pierdes la pista al volumen en cuestión. O simplemente se lo clava al final de las cervezas, sin que te des cuenta, y cuando lo buscas estrictamente no está y entra un sentimiento de cruda moral libresca. En ambos casos el efecto es el mismo: te robaron el libro. Consejo de oro: no se roben los libros, mejor léanlos en tiempos de la cuarta transformación. Saludos Lectores de Juan Nicolás Becerra."
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