La muerte como contraste

En los últimos días hemos visto un flujo cultural y particular de México, las festividades a los muertos

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Memorias del Crimen

 

Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los

muertos,ya que está lejos de los primeros y, cuando

se acerca a los segundos, éstos han desaparecido ya.

Epícuro

En los últimos días hemos visto un flujo cultural y particular de México, las festividades a los muertos. Por todos lados veíamos flores de cempasúchil, calaveritas, adornos de papel picado de todos colores y elegantes catrinas. Los altares y ofrendas a los difuntos de la familia estuvieron presentes en los panteones y en muchos hogares mexicanos. Es una gran fiesta que caracteriza una particular visión sobre la muerte, llena de símbolos, y significados.

La muerte es un tema recurrente para la humanidad, nos cuestionamos sobre ella, se le da una estructura especial en cada una de las religiones, inventamos ritos y ceremonias, se le define desde diversos ámbitos intelectuales, la representamos en el arte, está plasmada en nuestra historia. Porque la muerte es cierta, todo tiene un principio y un final, las estrellas, los planetas, los seres, todo nace y muere.

Somos los únicos seres que podemos concebirla y hacernos preguntas sobre ella, sobre quiénes somos, qué deseamos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Mijaíl MálishevKrasnovanos dice que "quizá el hombre se convirtió en hombre desde el momento en que empezó a enterrar los cadáveres de sus congéneres, inventó el ritual funerario y elaboró las creencias en la supervivencia o en la resurrección en el más allá de los fallecidos." En este momento, el hombre comenzó a serlo porque se hizo consciente de la muerte, de su propia finitud. Este conocimiento provoca temor e incertidumbre. Porque la muerte, aunque ineluctable e inevitable, es la gran desconocida, cuando nos encontramos cara a cara con ella, ya no estamos vivos.

Entonces, la persona es consciente de que va a morir, pero no sabe cuándo va a ocurrir. La muerte es impredecible y toca a tu puerta aún sin invitación. Esto provoca una serie de emociones vinculadas al miedo, a la no existencia, a no significar para otros. Si a esto le sumamos las propias experiencias con la partida de otros, nos enfrentamos a una fase radical y definitiva: cuando alguien muere, muere, no hay vuelta atrás. Se pierde un ser que no se repetirá más.

Le ocurre a todo y a todos, es natural y cotidiana, todos los días fenece algo o alguien y termina su existencia. ¿Tendrá, entonces, algún sentido? ¿Le podremos dar sentido?

La muerte no es sólo la puerta de salida, no sólo se vive en la última frontera, es una experiencia connatural a la vida;desde el momento de nacer nos estamos encaminando hacia el fin, la vivimos cotidianamente. Jorge Luis Borges ilustra esto diciendo que "La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene."

El miedo a la muerte es, sin embargo, el miedo a la vida. Cuando nos hacemos conscientes de la finitud, sin miedo, cuando asumimos que vamos a morir y que no sabemos cuánto tiempo tenemos, la vida cobra un nuevo sentido, se ilumina, ella nos permite vivir cada día al máximo, como si fuera el único que tenemos frente a nosotros. ¿Quién, sabiendo que este es el último beso que dará, no lo da con la mayor intensidad y pasión?Comprender las experiencias de última frontera nos permite comprender la intensidad de la vida y vivir en paz.

Sin la muerte, vivir no tiene sentido. El hambre nos permite apreciar la comida, el frío nos permite disfrutar el calor, el sufrimiento nos permite distinguir los momentos de alegría. La muerte nos permite amar la vida. Aquel que no se reconcilia con la muerte, jamás se reconcilia con la vida.

Finalmente, "la muerte no existe – nos dice Isabel Allende – la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo". Y si puedes ser consciente de mi muerte, puedes ser consciente de la tuya y de tu propia vida.

 

Adriana Amozurrutia Elizalde

Profesora de Cátedra del Tecnológico de Monterrey en Puebla

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