Usos y costumbres vivos: correr gallo o ir a la gorra

Esta “sabiduría” convencional hace que normalmente ignoremos o todo lo que perdemos cuando al “urbanizarnos”

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En alguna semana anterior hemos comentado que si bien muchos estudiosos opinan que el transito del hombre del sedentarismo a la vida en comunidades permanentes, villas o aldeas que al crecer se transformaron en pueblos y después en ciudades, proceso que conocemos como "urbanización", fue un gran paso civilizatorio. Por lo tanto, hoy se cree que si la población "urbana" de un país es mayor que la población "rural", es decir, la que vive aún en aldeas ovillas o pequeñas ciudades, tal país es más civilizado que otros que cuentan con más población "rural" o que están hoy menos "urbanizados".

Esta "sabiduría" convencional hace que normalmente ignoremos o todo lo que perdemos cuando al "urbanizarnos" y dejar nuestro pueblo y asentarnos en una ciudad y asimilarnos a los "usos y costumbres" urbanas ( el smog, el ajetreo, el stress, el ruido, el trato impersonal, la comida rápida, lo artificial, la desconexión con la naturaleza, etc.) olvidándonos y a veces avergonzándonos de nuestros anteriores usos y costumbres (la vieja lengua, la tranquilidad, la vida reposada, el suave trato interpersonal, la comida natural, el aire puro, las flores omnipresentes, etcétera). Al revisar lo anterior, dudo que la "urbanización" de la humanidad haya sido un paso totalmente civilizatorio.

Algunos especialistas han hablado recientemente que buena parte de los mexicanos desconocemos o intentamos alejarnos de nuestro pasado prehispánico y, por el contrario, buscamos identificarnos con la cultura (usos y costumbres) europea. Lamentablemente, parece haber mucho de cierto en tal afirmación. Nuestro patrón de referencia deseable es europeo y recientemente estadounidense. Ello por razones que solo un psicólogo social podría explicar.

No obstante, las recientes festividades "de muertos" nos dan oportunidad de al menos matizar el párrafo anterior. Nuestros usos y costumbres se conservan vivos en el medio rural.

Las recientes festividades nos han mostrado que algunos usos y costumbres como el recuerdo festivo de nuestros seres queridos, materializado en un peculiar altar/ofrenda de muertos se conservan vivos en localidades relativamente pequeñas del centro del estado

En días pasados tuvimos la oportunidad de presenciar y conocer la forma en que la población de Tochimilco como muchas otras comunidades del corazón del estado recuerda a sus seres fallecidos en alguno de los pasados doce meses.

Típicamente, la familia del difunto construye en algún lugar de la casa un pequeño altar-ofrenda, decorado profusamente con papel picado

Casi siempre este altar-ofrenda es de varios niveles o plataformas que intentan diferenciar el mundo terrestre, en el nivel más bajo, donde se colocan todos los objetos o alimentos de que gustaba el fallecido; en un siguiente nivel, intermedio, se coloca una fotografía del homenajeado hoy ausente y quizá algunos objetos más de su preferencia. En un tercer nivel o entrepaño superior, que simboliza el cielo, se coloca una imagen de la virgen o del santo protector del fallecido o del santo o virgen a quien los familiares encomiendan al difunto

Instalado el altar-ofrenda antes de las 12 del día 1, el familiar o deudo se dispone a recibir a todos aquellos que lleguen a su casa a presentarle sus respetos Generalmente los visitantes llevan como ofrenda o regalo al menos una vela o un manojo de flores (casi siempre Cempaxúchitl) que días después será llevado a la tumba del difunto por los deudos o familiares. En todos los casos, todos los visitantes son invitados a probar alimento que va desde un vaso de rico atole o champurrado hasta una pieza de pollo en mole de la casa. Muchos visitantes repiten esta operación en todas las viviendas donde ha habido algún fallecido y por tanto hay un alta/ofrenda y alimentos que degustar. Algunos visitantes repiten esta operación hasta el límite de la indigestión. En Tochimilco, a ello se le llama coloquialmente "correr gallo", mientras que en el vecino pueblo de Cacaloxochitl a esta operación la llaman francamente "la gorra".

Cabe apuntar que un altar ofrenda promedio cuesta a la familia de lis deudos un mínimo de diez mil pesos y que este costo lo absorbe una familia que no está en la opulencia; hay que añadir que las Secretarias de Cultura o de Turismo, estatales o locales, no colaboran con estos festejos.

La fiesta en estos lugares atrae visitantes de fuera de la localidad y a algunos extranjeros que, como todos, quedamos maravillados de estas tradiciones comunitarias que enriquecen y solidifican el cuerpo social.

jesustamayo@prodigy.net.mx

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