Lunes 19 de Noviembre de 2018

 

Son raros los que, con el poder absoluto, conservan la moderación

y no dan rienda suelta a sus pasiones.

Francisco I. Madero

 

Con sus debidas proporciones, me gustaría hablar sobre los dos acontecimientos políticos en la historia de México que han marcado nuestro destino y que podrían ser analizados desde una perspectiva comparada en la coyuntura política que estamos viviendo. Abordaré primero el contexto y los actores que participaron en la Revolución Mexicana, y, en segundo lugar, las condiciones en que se desarrolla el cambio político que protagoniza Andrés Manuel López Obrador.

Recordemos el movimiento social que surgió en 1910 cuando los ciudadanos de la república tomaron las armas para quitar del poder al general Porfirio Díaz, quien buscaba perpetuarse en la silla presidencial, después de más de 30 años como presidente de México. La revolución fue, por un lado, una lucha sangrienta por establecer un cambio de régimen en el sistema político mexicano, una respuesta frente a los abusos del poder y la profunda desigualdad que existía en esos días. Insurrección que fue representada por diferentes liderazgos, como el de los hermanos Serdán, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Álvaro Obregón y Pascual Orozco, quienes lograron organizar una lucha armada que acompañó la causa de Francisco I Madero en contra de la dictadura de Díaz, quien finalmente fue depuesto del poder en 1911, abriendo así paso a las primeras elecciones democráticas después de un largo periodo de ausencia de libertades y derechos.

Comenzaba así una nueva etapa en el país, aunque con sus claroscuros, ya que a pesar de que esa lucha armada derrocó al general Díaz, no pudo convertirse en un movimiento social pacífico y organizado para dar paso a un régimen político democrático, en el que la transmisión y ejercicio del poder no pueden ser concebidos de forma violenta; todo lo contrario, las luchas entre los diferentes liderazgos y proyectos políticos que se habían unido en contra de la dictadura, se transformaron en una guerra civil encarnizada que terminó por desestabilizar al país con la muerte de Madero en 1913 a manos de los que un día lo acompañaron en su lucha por evitar que en unas manos se concentrara a perpetuidad el ejercicio del poder político; de ese episodio, vendrían dos acontecimientos que son parte de nuestra historia, un presidente que duró en el cargo 45 minutos (Pedro Lazcurain), y el principio de no reelección en la presidencia de la república, el cual se mantiene hasta la actualidad.

La lucha entre diferentes bandos, encabezados por los líderes revolucionarios, trajo consigo más de un millón de mexicanos muertos entre 1914 y 1916, sin que la paz llegara a un país profundamente dividido y desorganizado para lograr un cambio político profundo, en el que prevaleciera la idea una nación unida y capaz de darse una forma de gobierno. Fue hasta 1917, con la primera constitución de corte social en el mundo, que en México se establecieron las bases del Estado mexicano para garantizar derechos sociales y políticos que se mantienen vigentes; aunque sin éxito para erradicar los conflictos internos que había en esa época.

Por otra parte, 108 años después, el movimiento social del 2018 que será un hito en la historia política de México, surgiría luego de un largo periodo de descontento popular, como consecuencia de un ciclo de presidencialismo hegemónico, en el que por más de 70 años se mantuvo en el poder de forma ininterrumpida un mismo partido político en la silla presidencial. Periodo al que le sucedió una alternancia política de gobiernos del PAN que solo duraron en el poder 12 años (2000-2012), sin que hubiera con ello un cambio de régimen político que lograra una transición política democrática, libre de corrupción y con un desarrollo económico que abatiera las profundas desigualdades en el país. Entre otros factores, los más de 250 mil muertos y casi 40 mil desaparecidos que se calcula ha dejado la violencia, tiene sumida a la sociedad en una severa crisis de confianza en las instituciones y en las personas que han dirigido el gobierno por décadas. Con este hartazgo llega al poder Morena, pero, sobre todo, un líder carismático como Andrés Manuel López Obrador, que derrocó de forma contundente no solo al PRI en el poder ejecutivo federal, sino en el legislativo también, al perder en compañía del PAN y el PRD su lugar como principales fuerzas políticas que por más de 20 años tuvieron a su cargo el funcionamiento del país.

De esta forma, podemos observar que, en ambas etapas de nuestra historia, destacan exigencias sociales que condenan un mal uso del poder a manos de unos cuantos, y que demandan mayores derechos y libertades en una búsqueda por un gobierno más justo, con sentido público y defensor de los intereses colectivos. Si bien es cierto que las élites, así como los liderazgos políticos han sido una fuente de poder que ha mantenido a la gran mayoría de la población en una situación desventajosa y de falta de oportunidades, también lo es, que, en este momento debemos ser más cuidados de no desbordar la crisis colectiva en lo que puede ser incluso peor que lo que estamos viviendo. Hoy, el país está sumido en una escalada de violencia que generan no solo los grupos del crimen organizado sino la propia sociedad en su forma de actuar y expresarse en el espacio público; la sociedad está polarizada porque se han acentuado los bandos de los fifís y los chairos, los buenos y los malos, los capaces e incapaces; y por supuesto, también preocupada porque no alcanza a cubrir sus necesidades más de la mitad de la población. Esto quiere decir, que, si bien el próximo presidente de México le apuesta a una nueva transformación del sistema político, debe analizar que no es sensato apostarle a una mayor fractura política ni social, ya que el pasto está seco y se puede encender. La nueva transformación tendría que ser moderada para lograr un sistema de gobierno íntegro, democrático, en paz y con prosperidad. Todo un reto para el país en que nos tocó vivir.

*Profesor de Tiempo Completo del Tecnológico de Monterrey

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