Los chalecos amarillos, la expresión caótica del descontento en Francia

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Barthélémy MICHALON


Diciembre 09, 2018

Los "chalecos amarillos" se han convertido en el símbolo de la contestación en Francia. Este movimiento inició en las redes sociales, inicialmente para protestar contra una medida en específico: el aumento de los impuestos sobre la gasolina, justificado con argumentos ecológicos pero rechazado por sus consecuencias sociales.

El 17 de noviembre, el primer día de movilización consistió principalmente en hacer más lento el tráfico automóvil en algunos lugares, especialmente en las rotondas, que en Francia son particularmente numerosas. Desde ese entonces, protestas han sido organizadas cada sábado, y su intensidad ha ido en aumento. El 1 de diciembre, decenas de manifestantes lograron rebasar las fuerzas de seguridad posicionadas en el Arco de Triunfo y cometieron degradaciones contra el monumento. Varias tiendas y elementos del mobiliario urbano fueron vandalizados, en París como en otras ciudades: las imágenes de estos sucesos tuvieron un gran impacto mediático, dentro y fuera de Francia. La jornada de ayer 8 de diciembre no alcanzó la magnitud del sábado anterior en términos de violencia y destrozos, pero esto no se debió a un debilitamiento de la motivación de los manifestantes, sino al impresionante dispositivo de seguridad que fue desplegado.

Frente a una presión creciente, hace unos días el gobierno había anunciado que renunciaba al incremento de los impuestos sobre los combustibles. No fue suficiente para reducir la tensión porque entretanto, las reivindicaciones populares se habían multiplicado, para abarcar un abanico mucho más amplio de temas. Entre los eslóganes que ayer se podían leer escritos a mano en los chalecos, o escuchar en las filas de quienes se habían congregado en la calle, unos demandaban la dimisión del presidente, otros la reinstauración de un impuesto recién eliminado hacia los más ricos y otros una elevación de la remuneración de los trabajadores.

Las protestas no son algo inhabitual en Francia: su historia, reciente o mucho más lejana, está repleta de movimientos que con fuerza demandan un cambio. Los "chalecos amarillos" representan la continuación de esta tradición. ¿Cuáles son sus fuerzas y debilidades?

Primero, el movimiento se nutre de un descontento que muchos franceses comparten, frente a la degradación de sus condiciones de vida: hoy, un 70% de la población expresa su apoyo o su simpatía hacia los giletsjaunes. También está muy presente el sentimiento de haber sido engañado por el presidente quien, durante la campaña, había prometido que sería pragmático y equilibrado entre tendencias de izquierda y derecha: en lugar de ello, una gran mayoría de las reformas aprobadas hasta la fecha parece favorecer al sector más próspero de la población. El estilo personal de Macron, percibido como altanero, subió aún más el nivel de rechazo. Adicionalmente, las redes sociales han permitido juntar este sentimiento de hartazgo y convertirlo en acciones concretas en fechas predeterminadas. Otra fortaleza es su capacidad para hacerse visible: este chaleco amarillo, cada conductor de coche tiene la obligación legal de traer uno en su vehículo para tenerlo puesto y así ser más visible fuera de su coche en caso de falla mecánica o accidente. Por lo que era el símbolo perfecto, por razones prácticas como de significado: cada uno tiene un chaleco amarillo al alcance de la mano, y es, por definición, una prenda diseñada para decir a los demás: "aquí estoy, no hay forma de que no me veas".

Pero el movimiento también padece de ciertas vulnerabilidades, que no son menores: por ser una iniciativa que nació de forma espontánea a raíz de motivos variados de descontento, no cuenta con ningún líder, ni con una línea directriz en cuanto a sus demandas. Por lo tanto, con la excepción de ciertos puntos emblemáticos relacionados con el poder adquisitivo, no se sabe con precisión qué es lo que se está pidiendo. Además, varios partidos políticos –y especialmente los más extremistas– han tratado de "recuperar" este movimiento, para beneficiarse del amplio respaldo popular con el que goza. ¡Incluso Trump, desde su lejana Casa Blanca, se atrevió a aseverar que se trataba de una iniciativa a su favor! Otra debilidad de los "chalecos amarillos" es que sus protestas están siendo infiltradas por grupos violentos, quienes aprovechan el desorden para cometer saqueos y desafiar las fuerzas de seguridad. La intrusión de estos actores en este escenario hace todavía menos audible el mensaje que quieren expresar los integrantes del movimiento: la cobertura mediática se enfoca sobre todo en las confrontaciones en las calles, dejando a un segundo plano la cuestión de los cambios profundos que, con justa razón, están siendo reclamados.

En las conversaciones de los últimos días la idea de revolución es subyacente, ya sea porque se desea o porque se teme. El punto es que se tiene la sensación de que el poder se está tambaleando, y que una transformación de gran calado podría surgir de este desorden. Si bien muchos tienen altas esperanzas en cuanto al tenor de estos cambios, bien es cierto que dichos cambios, estos podrían tomar un rumbo mucho menos deseable, ya sea hacia un exceso de desorden o un exceso de autoritarismo. O una cosa seguida de la otra. Esperemos que los diferentes involucrados sabrán percibir estos riesgos y sacar lo mejor de estos momentos de agitación.

 

* Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey en Puebla, en la carrera de Relaciones Internacionales – [email protected]

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