Y el Atoyac, ¿cuándo?

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Jesús TAMAYO


Diciembre 11, 2018

Es razonable presumir que todos los asentamientos humanos que pretendían ser permanentes se localizaron en la cercanía o en la inmediatez de fuentes de agua potable, fueran éstas ríos, arroyos, manantiales. Sin agua no podría sobrevivir el asentamiento en cuestión.

Así, muchas de las ciudades actuales que reclaman ser fundadas de mucho tiempo atrás, cuentan con un río cercano o que francamente las atraviesa. Por ejemplo, la mayoría de las grandes capitales europeas crecieron a orillas de un gran río: Roma junto al río Tíber o Trevi; Londres junto al río Támesis; París junto al río Sena; Madrid, junto al río Manzanares; Viena, Linz y Budapest junto al río Danubio; Lisboa, Madrid y Toledo junto al río Tajo; Berlín en medio de varios ríos de los que sobresale el Spree; y existen un buen puñado de ciudades encantadoras, menos populosas, que viven pendientes de estos generosos cursos de agua y que merecen una detenida visita. Es el caso de Lyon y su río Ródano, de Florencia y su río Arno, de Zaragoza y su río Ebro; de Oporto y su río Duero, de Estrasburgo y su río Rin; de Coblenza y su río Mosela, etc., etc. Las ciudades se confunden con sus ríos. Y es que un río en el medio urbano casi siempre añade belleza al paisaje y se vuelve en un símbolo de la ciudad que cruza.

Tan es así que la presencia de un río en el medio urbano ha parecido ser indispensable para algunos de nuestros vecinos del norte, en particular, a los habitantes de una vieja ciudad mexicana, San Antonio, en territorio hoy del estado de Texas, pero que fue mexicano hasta hace no mucho. El pueblo de San Antonio, fundado a las orillas de un riachuelo que hasta hace poco escurría con dificultad, hoy es una ciudad millonaria en el sureste estadounidense. En los años ochenta del pasado siglo, los habitantes y sus autoridades de nuestros vecinos, sin parar en gastos reconstruyeron el ambiente regional de modo que hoy uno de los atractivos de la ciudad es el río y los restaurantes y comercios que florecieron pronto en sus orillas, desde donde hoy ven a turistas y visitantes remontar el río en pequeños botes de motor.

Un río siempre embellece el medio urbano; además, facilita la recarga del acuífero y, por si fuera poco, añade calidad de vida a los pobladores. Pero la ignorancia y el descuido afean y ensucian el río hasta hacerlo indeseable. Fue el lamentable caso de los ríos que hasta mediados del siglo pasado cruzaban el sur de la ciudad de México, y que convertidos en basureros y drenajes de aguas residuales y ante la impotencia de las autoridades para limpiarlos y aprovecharles, fueron mejor convertidos en viaductos para automóviles y desagües entubados. Se perdió entonces una oportunidad de oro, que ojalá los poblanos no perdamos como nuestros hermanos capitalinos.

Entiendo que, en nuestro medio, numerosos ciudadanos se organizan hoy para mantener limpios los cauces del Atoyac y para evitar que la presa de Valsequillo siga siendo utilizada como fosa séptica. Creo debemos apoyar con toda la labor de nuestros conciudadanos y obligar a nuestros representantes populares a diseñar y seguir un plan de rescate, limpieza y aprovechamiento del río Atoyac que empezaría por declarar el cierre de las empresas tlaxcaltecas y poblanas que vierten sus desechos al cauce del río (Valsequillo, claro está, sería materia de otra nota).

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