Viernes 14 de Diciembre de 2018 |
Al cierre de cada año se acostumbra que una bola de eruditos, sesudos y expertos opinólogos se avienten un par de netas, como dios, sobre lo más granado que el año que se va nos ha dejado en cualquier materia. Los libros no son la excepción. Sin embargo, esta columna no hará un recuento de "los mejores libros de 2018". En este espacio me voy a ver en la necesidad de escribir sobre el libro que más me sacudió emocionalmente. Me refiero a Las celdas rosas de Sylvia Arvizu, el tercer libro de una autora que ha desarrollado su pluma desde el Centro Penitenciario Femenil de Hermosillo. Reconocida con el Premio Concurso de Libro Sonorense, 2017, en la categoría de Crónica, Sylvia nos entrega una visión humana y cotidiana de las historias que ocurren dentro de la cárcel. Y cuando hablo de la humanidad me refiero precisamente a todos los sentimientos que nos arrastran a sentirnos vivos: el amor, la desesperanza, el enojo, la venganza, la melancolía. Las mujeres que aparecen en las crónicas de Arvizu se muestran sin ambages, son ellas a través de las letras de la autora, las que nos cuentan cómo les ha ido en la vida. Lo mismo un par de hermanas que le dan una golpiza a las nuevas o que Coyito, una chica que busca trabajo en una falsa agencia de colocación de empleos y que resulta aprendida por el simple hecho de estar en el lugar equivocado: una casa de seguridad administrada por el narcotráfico. O bien, Mónica, una mujer que adopta a Magdalena, una niña, a la que, con el paso del tiempo, su verdadera madre busca pero sólo porque le resulta su fuente de ingresos de manera fácil a través del chantaje. La madre buscará raptar a Magdalena y le propinará una tunda a Mónica, además de ser violada y quien logrará sobrevivir a ser enterrada viva. Mónica no buscará venganza, sin embargo la madre de Magdalena no las dejará en paz. El final de esta crónica no está ni un poco cerca de ser un final feliz. Es posible que al terminar de leer esta historia el lector sienta la injusticia casi en carne propia. Las celdas rosas, hace alusión a un momento de nostalgia y añoranza. El encierro es real. Los muros se agigantan pero la desesperanza sobrepasa su tamaño: Sylvana, hija de Sylvia, tiene 12 años y está de visita en el penal. Pasan el día juntas, se divierten, se reconocen, juegan, ven una película, unen sus corazones como madre e hija. Sylvana le pregunta a su madre por el color de su celda: beige, responde la autora. "Ojalá que fueran rosa, me dice a media banqueta. La volteo a ver con extrañeza porque por poco olvido el tema. Las celdas, insiste, que fueran celdas rosas. Frunzo el ceño para que me explique bien. Como ardillita sin parar de hablar explica que así podemos imaginar que no estamos aquí, sino en un lugar diferente. Como en casa por ejemplo. Con ellos, nuestros hijos." La columna de esta semana pretende alzar la voz para apoyar la causa de Sylvia Arvizu en la búsqueda de su liberación. El trato que se les da a las mujeres que se encuentran presas se filtra por un tamiz de género: la impartición de justicia no es la misma para un hombre que para una mujer. Sylvana, hija de Sylvia, recibió el premio de manos de la gobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich, y a pesar de este acto, Arvizu no ha podido recibir una reducción de sentencia. Esta columna es una muestra simbólica de apoyo y revisión del caso de Sylvia Arvizu para que se le otorgue el beneficio preliberatorio. Las celdas rosas (2018) de Sylvia Arvizu. Nitro Press, México. |