Lunes 17 de Diciembre de 2018 |
Los que practicamos para nuestra fortuna o desgracia la escritura nos debemos a los lectores a quienes la sociedad les ha quitado el dominio de su tiempo, por lo que, debemos ser responsables y procurar que nuestros esputos ensayísticos o narrativos sean coherentes y breves para dejar en libertad al hombre curioso que tendrá seguramente un amplio mundo literario de posibilidades mucho más intereses que explorar. Sin embargo, el hombre culto o el lector asiduo no deben olvidar que las raíces de la literatura nacen en los ecos sordos de la sabiduría popular. No es de extrañarse que a mediados del siglo XX, surgiera en Latinoamérica, el fenómeno del boom latinoamericano que retoma gran parte de la relación entre los pueblos con su naturaleza hasta tornarse mágico o misterioso. Recordando la Comala de Rulfo o el Macondo de García Márquez, los escritores creaban mundos fantásticos desde el mito de la cultura originaria Latinoamérica. En una realidad postrevolucionaria que pronto dibujó su organigrama burocrático fue deber de las grandes plumas del momento recuperar los sonidos y los colores de la riqueza cultural de las principales capitales y pueblos americanos. Vivimos momentos literarios donde la narrativa en primera persona es la que prolifera en las grandes librerías. Como es de suponerse, sólo algunas obras logran aportar algo a las teorías existencialistas surgidas desde Europa. Hace unos días, un joven de mediana edad, me abordó en un café de afluencia de la ciudad y me pidió recomendaciones al notar el sosiego de mi lectura, así que, después de sugerirle amablemente algunos títulos que a mi juicio, lo entretendrán y lo conmoverán con facilidad, proseguí a terminar mi café frío y caminar en soledad por las calles. Minutos después, encontré al mismo joven con un comerciante de la ciudad que notaba algún parentesco; mi oído se agudizo y escuché la petición del muchacho a su abuelo -quiero imaginar-de un buen libro o historia que lo entretuvieran todas las vacaciones. Las palabras del hombre de barba blanca no las olvidaré: -¿Así que quieres escuchar una buena historia? Siéntate, te voy a contar mi vida. La escena me provocó un sentimiento de romanticismo y una sonrisa invadió mi rostro. En ese momento, logré concebir a la literatura como la narración de nuestro testimonio como individuos y sociedad en este mundo. Después de unas semanas duras y de muchas ocupaciones para merecer celebrar el nuevo año y sopesar nuestros deseos y metas para el siguiente, me dispongo a escribir estas líneas con el deseo de que lleven consigo el mismo entusiasmo que hace unos años invadió mi ser y que hoy, poseen a aquel chico. Afortunadamente, los años han equilibrado mi consciencia y mi deseo es más simple que en un inició donde la inocencia de ser un gran escritor nublaba mi juicio. Ahora, sólo deseo narrar historias o producir sentimientos tan puros como el de aquel hombre entrado en senectud a esa alma jovial.
|