Movilidad (2)

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Jesús TAMAYO


Enero 01, 2019

La semana anterior apuntamos que los seres humanos nacidos el pasado siglo XX fuimos deslumbrados por el maravilloso invento llamado automóvil que prometía nuestra total movilidad, creímos que éste nos daría autonomía de manejo.

Por otro lado, hemos documentado aquí que también durante el siglo XIX el mundo vio nacer las grandes ciudades, las ciudades millonarias en habitantes, las metrópolis. Curiosamente, la primera metrópoli fue Londres, la cual en 1810, en tiempos de nuestra Guerra de Independencia, alcanzó la cifra de un millón de londinenses. De entonces hacia acá, el mundo se ha llenado de ciudades millonarias, de metrópolis y, por supuesto, de población no sólo urbana, sino metropolitana.

En los albores del siglo XX, el hombre descubrió su romance con el automóvil y su demanda hizo nacer la industria automotriz, que ha dado el carácter a ese siglo. Las ciudades se adaptaron al automóvil, calles y avenidas se ensancharon, se multiplicaron los estacionamientos para automóviles, los talleres de reparación fueron los médicos del nuevo individuo urbano, la demanda de gasolinas creció hasta la estratosfera, y hoy hay más estaciones de servicio que templos en cada parroquia. Las vías de comunicación carretera se multiplicaron y también se adaptaron al nuevo personaje.

Hoy el automóvil ha, prácticamente, inundado nuestras ciudades. Quizá el caso más serio se percibe en nuestras grandes ciudades o metrópolis que contienen mayor población. La inundación es tal que corremos el riesgo de morir ahogados si no paralizados. En efecto, la movilidad metropolitana tiende a reducirse día con día, puesto que cada día los autos en circulación son más de los que hacían lo propio el día de ayer. Cualquiera que haya estado atrapado en un embotellamiento, como llamamos eufemísticamente a la parálisis del flujo vehicular, sabe lo que digo. En la gran ciudad, nuestro radio de acción se ha reducido escandalosamente; aunque nuestro automóvil pueda desplazarse a 120 kms/hora, la realidad metropolitana hace que sólo circule a 10 kms/hora, apenas más rápido que la velocidad de una caminata.

La abundancia de automóviles en activo, aunque no circulen mucho, también significa abundancia de emisiones derivadas de la combustión de gasolina. Se sabe que tales emisiones son dañinas al humano que las respira y las organizaciones internacionales de salud recomiendan reducirlas al mínimo

Nuestras autoridades son conscientes de lo anterior y, siguiendo modelos internacionales para enfrentar la contaminación ambiental, establecen límites a la mala calidad de los gases que emiten los autos (vía verificaciones vehiculares); asimismo, para enfrentar simultáneamente el congestionamiento y la contaminación ambiental, aplican el "hoy no circula" (es decir, sacan de la circulación) a grupos definidos de autos.

Otras formas de enfrentar el problema parecen más difíciles de implementar por parte de las autoridades. Es sabido que es posible, necesario y sobre todo benéfico mejorar los sistemas de transporte colectivo que en nuestro medio es una vergüenza contaminante, tanto que asemejan al uso del auto particular.

Por fortuna, en 1817, el barón alemán Karl Christian Ludwig Drais von Sauerbronn, diseñó el primer vehículo de dos ruedas con dispositivo de dirección. Esta máquina, denominada draisiana (en honor a su inventor, que la llamó «máquina andante», [en alemán, laufmaschine]) fue precursora de la bicicleta y la motocicleta.

En algunas metrópolis de países europeos la población ha optado por desentenderse de su auto y utilizar una bicicleta para muchas, si no todas sus actividades diarias. Es este un buen ejemplo sobre el que comentaremos la semana próxima.

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