Aquel domingo de resurrección

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Jaime OAXACA


Enero 08, 2019

Había una vez un torero singular al que casi no contrataban. 30 años después que se hizo matador, desaprovechado por las empresas, incomprendido y aburrido se despidió toreando en la plaza más importante de su país. Triunfó ese día, tanto que desde entonces todos se dieron cuenta que era un torero que valía mucho, prácticamente un genio. A partir de ese momento se convirtió en figura, lo contrataron todos los empresarios que antes no le echaban ni un lazo.

Francamente suena absurdo el texto anterior para un guion de película, porque algo así jamás sucede en la realidad.

Usted y yo sabemos que sí. ¡Sucedió!

Esa trillada frase que la realidad supera la fantasía se cumplió con Rodolfo Rodríguez El Pana (1952-2016), un torero de mucha personalidad, desperdiciado, que se iba de la fiesta en enero de 2007.

El Pana se iba a despedir en La México cinco años antes, el 29 de diciembre del 2002, pero por pedir unos pesos más a la empresa lo sacaron del cartel.

Llegó el domingo 7 de enero, el día de la despedida. Todo mundo sabía que algo iba a suceder esa tarde, con El Pana todo era posible, el triunfo grande o el petardo sonoro, aquél no se andaba con medias tintas. Iba a ser una tarde diferente, no había duda.

Inició desde el arribo a la plaza México. Aproximadamente a las 3:30 de la tarde un individuo vestido como príncipe se trasladaba en una calesa tirada por un caballo como si estuviéramos en el siglo XIX, los que no sabían de toros se habrán preguntaban incrédulos, ¿quién era ese hombre?, ¿qué hace?, ¿a dónde va? Los que reconocieron la ropa de torear les habrá surgido el gusanillo de asistir a una plaza de toros para constatar si todos los toreros son tan espectaculares como el que vieron en una calandria en plena calle.

El Brujo de Apizaco habrá pedido al cielo que le saliera un toro con el que pudiera estar a su gusto. Tuvo dos de la dehesa de Garfias sensacionales, con calidad y bravos: Rey Mago y Conquistador. Al primero le hizo la gran faena destacando aquel trincherazo monumental que le valió una escultura, por pincharlo sólo dio la vuelta al ruedo. Al burel le dieron arrastre lento.

Al segundo de su lote lo banderilleó y lo toreó de manera sensacional bajo las notas de las melancólicas Golondrinas y unos olés que enchinaban la piel. Le cortó las dos orejas

Si El Pana estuvo sensacional con los avíos taurómacos, también lo estuvo con las palabras, dos brindis a los micrófonos de los medios de comunicación. El primero a todos los toreros de la legua que nunca pisaron el ruedo de la plaza México, como Luis Montes, su amigo, quien metió la mano a la hora del sorteo para sacar el papelito con los números del triunfo: 27 y 49.

El otro brindis fue amoroso, dedicado a las buñis, a las del tacón dorado y pico colorado; a la fecha la gente lo sigue escuchando en internet en YouTube.

Aquella tarde fue mágica, divina, celestial, jamás será olvidada en la historia del toreo. El Presidente de México le llamó por teléfono desde su casa de Los Pinos para felicitarlo. Me llamó el preciso desde los pinoles, platicaba el expanadero.

En esos días El Pana le dio tanta difusión a la fiesta como nadie lo ha hecho en los últimos años. Le llovieron las entrevistas, todo mundo quería platicar con él, en programas que nada tenían que ver con la tauromaquia querían preguntarle qué había pasado esa tarde en la plaza, quién diablos era ese torero del que todo mundo hablaba que había puesto de cabeza el país.

A la fecha todavía me preguntó qué fue lo que pasó. Es cierto que el singular diestro bordó el toreo, cortó dos orejas y salió en hombros, pero muchos toreros lo han hecho, otros diestros también han tenido despedidas apoteósicas, pero todo se queda entre los aficionados, no sale del medio.

¿Qué sucedió, por qué al Pana? No existe una respuesta lógica. Creo que Dios fue tan generoso con él que hasta los costales le prestó, le dio todo lo que la fiesta le había negado desde que tomó la alternativa en 1979, siendo uno de sus hijos predilectos, no lo dejó ir sin paladear las mieles del triunfo, sin que fuera una figura del toreo, por eso le dio al Pana aquel domingo de resurrección.

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