La decena trágica

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Mario DE VALDIVIA


Febrero 10, 2019

El censo de población de 1910-último de los que realizó Porfirio Díaz-arrojó que la población de México era de 15.2 millones de habitantes. En 1921, después del movimiento revolucionario, la población del país era de 14.4 millones de habitantes, había disminuido en 800 mil personas. El censo de 1921 ya fue en el gobierno de Álvaro Obregón. Se dice que ese número corresponde a las bajas por los conflictos armados entre 1910 y 1917. Pero subsiste noticia de que gran parte de esa disminución se debió a un masivo movimiento migratorio hacia Estados Unidos, Texas y California fueron los estados receptores de mexicanos que huían de la guerra y sus consecuencias: hambre, epidemias y carencia de oportunidades de trabajo que prevalecieron en una terrible década de conflictos políticos y guerra.

Francisco I. Madero, iniciador del primer movimiento revolucionario, ganó las elecciones por votación mayoritaria en 1911 y ocupó la presidencia entre noviembre de ese año y febrero de 1913, un corto período de casi quince meses, lapso que no le fue favorable como estadista, ya que, si bien su Plan de San Luis era revolucionario, su actuación dejó muchos flancos abiertos a sus adversarios y la falta de pericia en el manejo de las finanzas públicas, dieron al traste con sus intenciones.

El 9 de febrero de 1913 estalló formalmente la rebelión contra el presidente Madero, alentada como ya se ha probado, por el embajador de Estados Unidos Henry Lane Wilson y que tuvo como protagonistas a militares de la vieja guardia como Félix Díaz, Aureliano Blanquet, Bernardo Reyes y desde luego, al traidor Victoriano Huerta, sobre quien pesó no sólo la usurpación golpista, sino el artero asesinato de Madero y de su poco destacado vicepresidente José María Pino Suárez. Sobre Huerta cae toda la carga debido a que Madero le había confiado el mando del ejército federal y se había destacado contra los zapatistas (alzados contra Madero) y haber derrotado y encarcelado a Pancho Villa, rebelado también (perdonado éste por Madero originando el enojo de Huerta).

El final es conocido: los rebeldes triunfaron y Madero y Pino Suárez fueron asesinados arteramente el 23 de febrero de 1913. Huerta ascendió al poder, pero su gobierno duró menos de un año por la siguiente rebelión, encabezada por Carranza y con fuertes aliados sonorenses: Obregón y Calles, que después se rebelaron y traicionaron a Carranza.

Era un México de otras dimensiones demográficas, en 1910 ocho veces menor a 2019 que tiene ahora 124 millones de habitantes. Pero era un México con características parecidas: una pujante clase alta, fuertes inversiones extranjeras, un gran crecimiento económico, finanzas públicas sanas; pero campesinos pobres, proletariado empobrecido también, deficiencias en servicios de salud. Porfirio Díaz había logrado un gobierno fuerte y había dado un gran impulso al fomento agrícola, minero e industrial basado en la Constitución de 1857, de corte liberal. Como hemos comentado, la Reforma dejaba un México más pobre que en 1821, la Revolución también dejó empobrecido al país y lleno de divisiones políticas, traiciones, asonadas, crímenes y más expresiones de rebeldía hasta ya entrado el cardenismo, en 1938.

Madero, con todo y las virtudes de su ideario político, destruyó la economía nacional y las finanzas públicas. Era parte de su debacle y de la fuerte oposición que encontró en sus anteriores aliados como Zapata y Villa. Hoy se hacen grandes homenajes a Madero por dos razones contradictoria: una, haber iniciado una revolución; otra, por triunfar en elecciones libres. Mismo país, condiciones semejantes, pero situación política adversa por el entorno internacional: intromisión descarada de los Estados Unidos, resentido por haberse favorecido inversiones europeas en la banca, la minería, el petróleo y la industria.

Antecedentes y consecuencias de la Decena Trágica se deben ponderar a la luz de los cambios que se están realizando y que continuarán hasta que las arcas nacionales se agoten y puedan venir colapsos, como fuga de capitales, retiro de inversiones extranjeras, desempleo y corrupción. Las finanzas públicas no son inagotables.

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