Teziutlán: Zona Metropolitana en la mira

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Desde que fue identificada la Zona Metropolitana de Teziutlán por responsables federales del ordenamiento territorial en México, lo que no lleva más de una década, la zona, el área, el municipio y la región, se han vuelto objeto de curiosidad más que de investigación urbana.

Aunque es cierto que el desarrollo regional de la Sierra Norte y Nororiental ha estado permanentemente repensándose por los responsables de la política territorial dentro de la Secretaría de Finanzas del gobierno del estado, también lo es que esta iniciativa escasamente ha permeado las acciones concurrentes de sus problemas urbanos. Sencillamente las ciudades de la sierra, que debieran ser gobernadas con el principio de derecho a la ciudad y como un patrimonio colectivo, son con frecuencia maltratadas por sus poderes locales. Que los poderes fácticos cumplan su siniestro destino de imponer sus intereses privados apropiándose del valor público de la ciudad es lógico, pero que las autoridades locales realicen acciones urbanas despreciando la participación ciudadana, no es lógico, ni legal, ni legítimo. Es sólo el colmo del autoritarismo.

A decir verdad, si en algún lugar del territorio poblano, la urbanización asociada al entorno natural representa un alto grado de complejidad es en la Sierra Norte y Nororiental, donde se ve de todo: ciudades serranas admirables por su manejo escrupuloso del paisaje natural y urbano, y otras con sed moderna de arquitectura subdesarrollada. ¿Porqué ese afán de modernizar la sierra?¿Para qué? Para devastarla: Teziutlán, por ejemplo, en menos de medio siglo perdió gran parte de su arquitectura vernácula, cuyos residuos majestuosos dan testimonio de la pasada vida urbana.

La modernidad urbana de Teziutlán realizada sin orden ni concierto no se queda ahí, se ha transferido a municipios de su periferia inmediata. Así, la emergente área metropolitana se muestra como un caleidoscopio de malas prácticas urbanas. Desastres como el del 99 -la colonia Aurora como referente- mostraron su entraña. Riberas y barrancas ocupadas por olas de migrantes, atraídos por la maquila que olímpicamente hizo su nido ahí, justo donde la Ley Federal del Trabajo y el espíritu lombardista dejaron recuerdos de logros.

Por evolución, la actividad económica de Teziutlán se extendió al comercio formal y el informal aumentó; el tianguis tradicional fue visto como obstáculo cultural y ante el encarecimiento del suelo en el centro se difuminó. Algunos barrios se fortalecieron, otros se hicieron inseguros. La avanzada urbana hacia el norte empezó, pero ello fue insuficiente ante problemas crónicos de conectividad y accesibilidad.

Corolario: en las últimas décadas, el centro urbano ha sido intervenido como dios les da a entender a las autoridades, y no pocas intervenciones públicas se han realizado de forma atropellada.

Teziutlán, para decirlo con franqueza, perdió desde hace tiempo el halo de ciudad serrana. La modernidad económica o política que le ha causado estragos a su centro histórico y al paisaje natural se debe empezar a corregir. ¡Arreglarlo en serio!

No hay mal que dure 100 años, las omisiones y prepotencias han despertado a una sociedad civil combativa, vigorosa y predispuesta a defender sus territorios de identidad. Pronta a abanderar los principios de la planeación democrática. Con el ánimo en vilo para tejer redes de gobernanza. Preparada para resarcir el tejido urbano de su Centro Histórico e impedir que los proyectos autoritarios burlen el derecho urbano y la participación ciudadana. Esta ilustre conciencia colectiva, capaz de ofrecer un foro brillante a la memoria teziuteca, demanda el cumplimiento de las normativas y de los compromisos federales y locales adquiridos en la Nueva Agenda Urbana.

¡Luz de un renacer!, Teziutlán está en la mira.

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