Martes 19 de Febrero de 2019 |
Recuerdo con mucha nostalgia los días de infancia en casa de mi abuela. En esos días de diversión, siempre nos acompañaron los perros de mis abuelos: Gordobet, Chiquita, Chiquito, Balín, Tribi y muchos otros más. Siempre estaban en la calle con nosotros y nos acompañaban corriendo a toda velocidad en nuestras travesías en bicicleta. Desde hace tiempo este recuerdo me ha dado vueltas y trato, a medida de mis posibilidades, de que mis perros no se sientan atrapados en casa. Hace casi dos años conocimos a la manada que cuida la entrada de la calle, al principio nos ladraban y se aventaban al coche, pero con el paso de los días nos fuimos conociendo y haciendo amigos. Nos enteramos de que varios vecinos les dan de comer y los cuidan; afuera de muchas casas tienen agua y pequeños techos para refugiarse del clima. Todos queremos a Chava-rex, Carasucia, Brisa, Lluvia, Apache, Vaca, Blanquita y la pequeña Sam; estamos muy agradecidos de que nos acompañen y nos cuiden todos los días. Pero hay un pequeño que llegó a enseñarnos a amar en libertad: Poch. Cuando era cachorro, decidió seguir a su hermano cada vez que se aventuraba a entrar a nuestra casa. Se metían por la reja cuando su mamá Brisa iba a conseguirles alimento y se salían con ella cuando regresaba. Al principio era gracioso ver cómo aparecía un perrito acostado en la cama o tomando sol en el jardín. Pero todo se puso serio cuando pensamos que algún día ya no cabría entre las rejas. Decidimos que él eligiera vivir con la pandilla o quedarse con nosotros en casa. Lo vacunamos y lo desparasitamos para que sea un perrito sano. Con la buena alimentación ha crecido mucho y su pelaje brilla casi tanto como sus hermosos ojos. Todas las tardes, cuando se pone el sol, llega a nuestra reja y ladra hasta que le abrimos. Entra feliz a integrarse con nuestros perros y juegan mientras les servimos la cena. Ya aprendió a esperar su turno después de Tina y ya no se quiere robar la comida de los demás. Después de cenar, se va a su cama y se duerme. Cuando despierta por la mañana juega un largo rato con Luka hasta que es la hora del desayuno y cuando termina, salta por la reja hacia la calle y se va con la pandilla. Pasa el día en la calle, convive con todos los perros, con los vecinos, juega, es amigable, inteligente; y sobre todo, es libre. Poch y la pandilla nos están enseñando esta nueva forma de amar a los perros. Cada noche los esperamos con cariño para que nos cuenten sus aventuras del día. *Agente perruna y diseñadora gráfica. Agente Perruna agenteperruna@gmail.com |