Viernes 08 de Marzo de 2019 |
Hace unas semanas, el escritor mexicano Guillermo Fadanelli fue galardonado con el Premio Mazatlán de Literatura (2019) reconociendo la importancia y legado de su obra. Pocos reconocimientos a los que somos acreedores en nuestra vida suelen ser merecidos, pero cuando hablamos del oficio de un escritor, condenado mayormente al olvido, resulta grato difundirlo. El destino del hombre de letras dista mucho de asemejarse a la de un personaje de la farándula o la de un futbolista. No nos dejemos engañar, todo escritor odia en el fondo a un artista de rock. Tengo la fortuna de contar con la amistad de Guillermo en uno de mis tantos intentos por difundir la cultura en nuestra ciudad. Además de ser un gran escritor es una excelente persona y un hombre que se ha mantenido en lucha a favor de la literatura. En mi correo de felicitación que contestó amablemente, le recordé uno de los pasajes en la vida del indescifrable Walter Benjamin –como le llamada Hannah Arendt–, donde calificaba como "alma de ingeniero" al hombre o la mujer del futuro, impaciente ante las cuestiones diarias y armado del conocimiento práctico que actuaba mediante la escritura, intentando mejorar el paisaje. Benjamin creía que los escritores debían ser los ingenieros del alma. Fadanelli cursó gran parte de una ingeniería en la UNAM. En plena segunda guerra mundial, Benjamin radicaba en Francia y no le quedó más remedio que huir ante la ocupación nazi. Sus acompañantes llevaban bajo sus hombros víveres que les permitieran seguir respirando por unas horas más, el joven Walter sólo llevaba consigo una pesada valija de la que muchos suponían escondía el fruto de la salvación. Sin embargo, cerca de cruzar la frontera el paquete fue descubierto y contenía aún algo más importante: eran los manuscritos en los que Walter Benjamin había estado trabajando los últimos años y según él no podía arriesgarse a perderlos ni dejarlos ser víctimas de las balas que laceraban Occidente. "Deben salvarse son más importantes que yo". Los escritores en su mayoría, suelen ser personajes que han nacido con miedo a la vida. Por tal motivo, el galardonado escritor latinoamericano, Gabriel García Márquez recomendaba practicar la carpintería o algún oficio que le permitiera al escritor superar el miedo. A menudo las personas taciturnas que se refugian en la escritura o en cualquier menester artístico suelen no encontrar la salida anhelada únicamente a través del oficio sino necesitando apoyarse de otra labor que le permita tener contacto con la realidad y no sumirse en el deseado y peligroso mundo de la fantasía. Para evitar el destino que tuvo Benjamin, Hemingway o John Keenedy Toole no existe mejor terapia que salir de vez en cuando de nuestras cavilaciones y hacerle frente a los problemas diarios a los que se enfrenta el ciudadano común. Cada escritor encontrará su pedazo de realidad, en mi caso estoy convencido que la música es la única manera de hacerle frente al lado obscuro de la literatura. No es de extrañarse que en sus comienzos muchos escritores hayan cambiado las letras por la música en búsqueda de un pasatiempo mucho más vital. Quien diga que preferiría ser escritor a un cantante reconocido está mintiendo. Aunque no hay duda, que gran parte de las melodías no tendrían sentido sino estuvieran acompañadas de la belleza de las palabras. La música logra atrapar a la mayoría de las personas con mayor facilidad que otras expresiones artísticas. El ritmo y las melodías nos acompañan a cada momento en el ambiente, nuestro corazón por sí mismo produce notas que nos permiten seguir con vida; la música es sensorial y armoniza la existencia. El mayor problema de nuestra generación es la doble moral y el tratar de aparentar un reflejo falso. Hace unos días una amiga me confesó que ha pasado los últimos meses sumida en la desesperación y sin explicación alguna comenzó a escribir. No me sorprende su iniciativa porque la desesperación suele ser la esencia de la literatura, sin embargo es un proceso superado para mí. Conocí la desesperación hace muchos años y hemos logrado después de un recorrido atropellado, hacer las paces. Estimada amiga, la atracción es simple y no vale la pena luchar por ella; el amor es complejo y no entiende de certezas. La vida termina más de una vez y la que sigue siempre será la más dura. Mientras no pierdas la capacidad de conmoverte, serás una escritora y un ejemplo de las teorías de Benjamín. |