Entre agendas y prisas

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Tanto la consulta federal como la estatal para los respectivos planes y programas de desarrollo que están convocando a la participación ciudadana, consideran dentro de su posible agenda de gobierno los temas vinculantes del territorio y del desarrollo sustentable con diversos niveles de alcance o profundidad. Al respecto, tanto por ley como por costumbre de poder, quien dicta la pauta es la Federación. Con lineamientos desprendidos del Plan Nacional de Desarrollo se expone "una agenda legitimada por la consulta ciudadana". Así que, entre reflexión discursiva exprés y desahogo social catártico, los foros se desempeñan en operaciones relámpago pues el tiempo, dictador implacable,apremia a plazos perentorios para la elaboración del plan de acuerdo con la ley.A nivel federal y estatal: seis meses; en municipios: poco más o menos cien días.

Y, por cierto, ¿alguna vez nos hemos preguntado por qué, viviendo en un país de sacrosantas leyes, seamos tan poco proclives a servirnos de su espíritu y tan adictos a sus protocolos acartonados entre la razón social y la jerga de moda? ¿Será una reminiscencia de la época dorada de los licenciados en derecho..? Será el sereno, pero cualquier posible indefinición en leyes, planes y programas lo resuelve un breviario de términos, un transitorio o la inacción.

Por ejemplo, si la agenda federal suprime o subyuga a un lugar segundón a las metrópolis, como concepto estratégico de arreglo del territorio, pues entonces la consecuencia inmediata es que la agenda estatal también lo disminuirá, aunque en ambos casos a contracorriente con el principal efecto territorial del orbe.

Hoy, lo cierto es que la agenda metropolitana parece ir a pique en los tres niveles de gobierno. Quizá ésta sea una de las razones por las que, a nivel estatal, el IMEPLAN haya sido a la vez: una flor en el pantano y flor de un día. No importó si fue pensado con visión transexenal y aprobada su formación por el Congreso…, lo real es que no fue pensado por quienes ocupan u ocuparán pronto el poder y, en consecuencia, debe desaparecer. Es como tirar al niño junto con el agua sucia.

La idea federal apuesta a que, como la metrópoli tiene a la pobreza urbana creciente como uno de sus problemas más lacerantes, además de ser de las principales causas en la forma dual del proceso de urbanización, pues entonces bastará con invertir los términos de la estrategia y ya está: mucha política social requiere poca política metropolitana (de ahí el limbo del Fondo Metropolitano).

Más simple: si la política social, para hacerse efectiva va de gobierno a personas, sin mediación alguna de andamiaje institucional, entonces el concepto de políticas públicas resulta un invento chino. Los problemas metropolitanos serán falsos, falsa la conciencia y falsa la forma tradicional de afrontarlos; cortinas de humo que la acción directa federal resolverá en automático y con una resonancia territorial inmensa. ¿Y entonces los problemas de coordinación metropolitana existen o no? Pues quién sabe, total el que se queme, que se sople.

Pero no es tan fácil: pese a todo, el proceso metropolitano existe en su complejidad, de manera que, al tiempo, la política metropolitana con visión de largo plazo se impondrá ante el inmediatismo burocrático y el justicialismo de masas.

Y bien, si el carácter metropolitano de nuestras ciudadesrepresenta la fuerza de la globalidad unida a lo local y es un modo de vida que involucra a la nación…, mi impresión es que la posible disminución del interés gubernativo profundizará las demandas metropolitanas. Al cabo, no es el gobierno per se lo que se prueba, sino la posibilidad del renacimiento social.

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