Jueves 11 de Abril de 2019 |
John Kennedy Toole se suicidó el 26 de marzo de 1969 y nunca supo el éxito que alcanzó con su novela La conjura de los necios. Escribir es una aventura que se hace en solitario, en la intimidad y muchas veces es gratificante salir de un bloqueo frente a la hoja en blanco. Ese cliché usado por una cantidad considerable de escritores. Juan Mendoza nos entrega una novela en donde le rinde tributo a una generación de grandes escritores, quienes han sido sus maestros. Por ello la referencia a John Kennedy Toole, quien es uno de los guías de Jaime Pérez Paniagua, personaje protagonista de Mi reflejo en una montaña cubierta de nieve (Nitro Press, 2017). Algunas expresiones de Jaime nos recordarán a los autores de "la Onda". Se trata pues de un gran homenaje, una novela hilarante y salvaje. Un libro escrito con mucha sangre, sudor y vómito, literalmente hablando.
Jaime es un joven estudiante de Contaduría, una carrera cuadrada, alejada del color de las Letras y que le exige momentos de lectura y escritura más allá de la universidad. Enamorado de Rebeca, le escribe cartas y le dedica el proceso creativo de su novela -la genial novela revolucionaria- a esa musa que todo escritor maldito, si se jacta de serlo, debe de tener. Una novela llena de drogas -quizá sea redundante decirlo después de leer el título, con una clara referencia a la cocaína-, de aventuras nocturnas -la escena en la que Jaime es recluido en el Torito es imperdible por su sentido tragicómico. Sin embargo, me parece que el tema principal de esta novela es el amor. A estas alturas, como Juan Mendoza lo demuestra, el amor es un acto de rebeldía. El amor es un acto de transgresión. Y es que escribir para agradarle a una chica siempre ha sido complicado. Hay escritores que toda su obra la dedican al ser amado. Hay quienes el desamor los lleva a cometer los desafíos más grandes de su vida. Y entre el fracaso o el éxito amoroso se encuentra la literatura. La lectura del texto de Mendoza constantemente nos hace reflejarnos; quienes hemos emprendido en algún momento la escritura tenemos incubado ese bicho que nos estará diciendo "éste será el libro que cambiará la historia de la literatura de este país"… y los días se pueden pasar así. Y los meses. Y los años. Y entonces nuestra madre tendrá que patrocinar nuestras borracheras, nuestras andanzas, nuestras letras. Un joven a los 20 años es un parásito y justifica su estado parasitario asistiendo a la escuela. Así lo hace Jaime, quien habita una casa llena de fantasmas. Jaime sabe que, de entrar al concurso, su novela se medirá con otros escritores jóvenes. Lo sabe y no le interesa, pese a ello hace una descripción de lo que ocurre no sólo en la literatura, sino en México, a propósito de las generaciones: "Una generación más y ya, de la que las futuras se burlarán de sus esfuerzos por alcanzar una serendipia y las modas que dejaron en el intento, ¿qué caso tiene bautizarla con una palabra que designa apenas una mínima muestra de los miles de jóvenes que forman parte de ella? […] Si un nombre merecemos es el de nuestro común denominador: Generación Hueva" (página 20) El amor por Rebeca -motivo por el cual escribe Jaime- le servirá para hacer una reflexión sobre sus procesos creativos. Jaime arderá y por impulso tundirá las teclas de su máquina de escribir, con ello la novela se convierte en una experiencia vital de la escritura, repleta de sapiencia pues Juan Mendoza es un escritor que conoce a la perfección la obra de los escritores que lo han marcado: Ricardo Guzmán Wolffer, Guillermo Fadanelli, Javier Córdova. La lección que Juan Mendoza nos deja con esta divertidísima novela es escribir; escribir como si no hubiera mañana, escribir porque "el mundo se va a acabar, ya no importa nada, te vas a morir de cualquier forma". Mi reflejo en una montaña cubierta de nieve, Juan Mendoza, Nitro Press, 2017. FOTO/ AGENCIAS |
