Adiós a la Cenicienta, y qué decir de la edípica Blancanieves

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Diana Isabel JARAMILLO


Abril 14, 2019

La semana pasada salió en el diario El País un artículo sobre la selección de catálogos para las escuelas de Barcelona que excluyen los títulos de los cuentos infantiles más clásicos como La Caperucita o La Bella durmiente (https://elpais.com/ccaa/2019/04/10/catalunya/1554930415_262671.html) por sexistas.

Cuando lo leí, me escandalizó, tan apasionada como soy, el pensar que no aprendemos nada como sociedad, repitiendo una y otra vez los episodios históricos de prohibición e imposición de buenas maneras, de lo políticamente correcto, de índices sobre lo que hay o no que leer y, por lo tanto, pensar.

Después me serené. Sí, es cierto, tanto lo que circula –en libros, en textos- como lo que se prohíbe –en leyes, en programas, en señalizaciones-es el termómetro o el lente para definir cómo es la sociedad del momento.

Ya en un artículo anterior escribía sobre la aparición de los libros infantiles en los siglos XVIII-XIX, tras decidir las autoridades intelectuales que las otrora fábulas para adultos de Esopo eran una gran lectura escolar para niños.

Desde entonces, varios escritores se habían dedicado, sobre todo, a recuperar las historias que sus abuelos y bisabuelos les habían contado de viva voz en noches de fogatas y espantos. Así, contábamos entre la tradición de libros infantiles a los Hermanos Grimm, y su maltratada Cenicienta; o Charles Perrault y su rebelde Le petit chaperon rouge que desafió al lobo pervertido; a Hans Christian Andersen y su Sirenita depresiva. En fin, todos ellos protagonistas de la Europa de la Ilustración y las nuevas y aceptadas, y defendidas, definiciones de familia y ciclos vitales. Pero, sobre todo, también una época en la que la mujer tomaba un papel activo, iniciando por el de la lectura o la intelectualidad. Y, eso, era peligroso.

En 1977, Bruno Bettelheim publicó, en pleno auge freudiano, Psicoanálisis de los cuentos de hadas, un libro que aboga sobre la necesidad de los cuentos de hadas en la formación de los niños. ¿La formación de qué? Pues del adulto que se espera sea útil para la sociedad: un ser humano pleno y desarrollado capaz de la autosuficiencia. En este libro devela, desde, ya se indicó, el psicoanálisis, el mensaje atrás de la historia: lo que el autor quiere que se quede en el inconsciente. Esto es, según el autor, cada uno de estos icónicos cuentos ayudan, desde la idea de Platón, a entender desde los mitos, desde la literatura: "de qué va la vida". Para él, el niño necesita de la magia y la aventura del intelecto, de la reflexión sobre la ficción, para explicarse a sí mismo cómo enfrentar la vida adulta. Entonces, qué decir sobre el cambio de lectura, lectores y publicaciones que se está fraguando no solo en Barcelona, sino, en el mundo occidental (en nuestro propio país, México, donde el catálogo bibliográfico que se quiere poner al alcance de la sociedad contiene solamente lecturas revolucionarias acordes con la 4T). Es, por ventura, benéfico para los niños crecer sin saberse la historia de Barbazul , "el monstruoso y salvaje" marido (de Perrault, también); de la "Bella durmiente", esa adolescente a quien sacan del letargo tras un beso de alguien que lo venció todo (Eros contemplando a Psique, dice Bettlehaim); quedar exentos de la historia de Blancanieves y los enanitos que no maduraron, ni lo harán. Todas estas historias, es cierto, que hasta nuestros castos oídos han llegado de boca de nuestros papás o leídos en las enciclopedias infantiles fueron fraguadas en la época decimonónica y ponen de manifiesto, la mayoría, las irresistibles tentaciones que tenía la mujer en su camino. Por lo tanto, ya relajada, pienso que vetar estos cuentos de las bibliotecas infantiles, pues, sí responde bien a una sociedad urgida de cambios socioculturales, sobre todo, en función de la igualdad de géneros. Ahora, lo que me causa ansiedad, miedo, es que, comprobado que los niños necesitan y siguen necesitando de la literatura para formarse como ciudadanos libres y pensadores, esos cuentos "machistas y propulsores del patriarcado" no sean sustituidos por otros cuentos fantásticos e inteligentes que los reten a encontrar otro sentido más humano, que los enseñe, sin ser obvios o moralistas, que ellos son los elegidos para aprender y diseñar otra sociedad, una que, desde la ficción, sí es posible. Lo que me da terror, es, en suma, tengo que gritar: ¡Que los niños se queden sin cuentos que los marquen!*Es doctora en Literatura hispánica, profesora de tiempo completo de la Universidad Iberoamericana Puebla, editora y estudiosa de la cultura libresca; aunque lo que le encanta es ver cine.

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