Jueves 18 de Abril de 2019 |
Hace algunos años surgió una campaña publicitaria en la que se recomendaba leer 20 minutos al día. Los personajes que aparecían en los carteles haciendo esta invitación poco tenían que ver con los libros, las editoriales o la escritura. Los iconos de la cultura televisiva dominaban la campaña. Y de los escritores ni sus luces. La sonrisa de la conductora Ingrid Coronado me detuvo frente al anuncio en el que sostenía un libro de cartón. Ingrid es hermosa, pero a veces dudo –por sus declaraciones– que tenga hábitos lectores. Miren que decir que sólo tomando limón se puede curar el cáncer es cosa seria. Y no sólo aparecía ella, entre otras personalidades que recomendaban "Lee veinte minutos al día;" aparecieron personajes como el exfutbolista del Barcelona y de la selección española Carles Puyol, o el cantante Beny Ibarra y hasta Místico, el luchador mexicano que se fuera persiguiendo el sueño americano y que años después regresara a nuestro país para cambiarse el nombre por Carístico. Quizá quienes diseñaron la campaña pensaron que sería mejor tener a alguien cool en los espectaculares, paraderos de autobuses o spots en la tele que la cara de algún escritor: ejemplos de caras aburridas sobran en la literatura nacional que preferiría no poner una muestra, no vaya a ser que alguien con una cara más aburrida me reclame. Siempre he estado en contra de las invitaciones condicionadas, y leer 20 minutos al día me parece una prisión, como si se tratara de un castigo por haberse portado mal. Nunca entendí el por qué la limitante del tiempo. ¿Por qué 20 minutos y no 22 o 15 o 10 minutos? Mi postura es que si vamos a leer hay que hacerlo de manera libre, sin cronómetro en mano, ¿qué ocurrirá si la historia que estás leyendo te parece mala y estás en el minuto 14? Tendrías que esperar los 6 horribles minutos que te faltan, soportando una historia soporífera sin poder aventar el libro por la ventana. O por el contrario, ¿qué pasa si la historia es bastante entretenida y ha logrado atraparte como para ya no querer soltar el libro sino 3 o 4 horas después? Ya es suficiente con las limitantes que tenemos todos los días: llegar puntuales a las citas con las personas a las que amamos –o a las que detestamos–, entregar la tarea a tiempo, checar a la hora de entrada, la hora de la comida, la hora de la salida, como para que la lectura –una de las actividades que deben gozarse, se vea aprisionada por la limitante temporal. ¿Qué seguiría si leyéramos 20 minutos al día? ¿"Haz el amor 20 minutos al día"? Hay que amar sin límite, sin condiciones. Hay que gozar intensamente mientras estemos vivos. Hay que leer sin límite de tiempo. |