Cierra los ojos y lee

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Diana Isabel JARAMILLO


Abril 22, 2019
Es una perogrullada (me encanta esa palabra) explicar cuál es la función de cada uno de nuestros cinco sentidos. Es necesario comenzar este texto con ese énfasis en la capacidad de percibir el mundo desde diferentes canales, ya que, en la celebración del Día Internacional del Libro, quiero compartir la reflexión sobre otros soportes que requieren de otros sentidos en que se nos presentan esos amigos que no enjuician y sí acompañan (parafraseando a Juan de Palafox): los libros.

En los años 60, varios escritores incursionaron en el formato de audiolibro y se entusiasmaron leyendo cuentos, poemas y hasta novelas completas. Por suerte para nosotros, tenemos a Cortázar leyendo a Cortázar o Fernando del Paso, a Juan Rulfo, a Octavio Paz, Juan José Arreola, declamando sus propias obras. Los cuentos infantiles también tuvieron gran auge en el mercado discográfico; escucharlos fue común.

Entre los años 90 y los primeros de 2000, la radio perdió fuerza. Así también los registros sonoros de obras literarias. Las fonotecas se volvieron museos y hasta hubo quien cuestionó su valor o existencia. Los programas radiofónicos se volvieron sólo un medio de entretenimiento para las personas que trabajaban largas jornadas tras un volante. Las radionovelas desaparecieron. Se decía que, con la entrada de los cd y la opción de tener música en los automóviles, escuchar historias en el carro pasó a ser una opción remota.

La aparición de los ipod, el dispositivo para escuchar música descargada, dio lugar a la grabación de podcast, charlas no muy extensas. La democratización de la Internet amplió el panorama de escuchar conferencias en tiempo real y en grabaciones; no sólo en videos, sino como registros sonoros. No hace falta decir que Gran Bretaña con la BBC y Radio France tienen una gran tradición realizando programas para escucharse en cualquier momento. A la fecha, los radioescuchas tienen a su alcance millones de cápsulas sobre cualquier tema, repito, cualquier tema.

Aquí en México, la UNAM no ha descuidado ese papel cultural de crear contenidos y resguardar cápsulas de la literatura hispanoamericana, principalmente. En su página descargacultura.unam.mx el radionauta tiene a la mano a casi todos los autores de nuestra literatura (es un deleite tener de viva voz las coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique, textos de Alberto Manguel o fragmentos de novelas de Elena Garro o José Saramago).

Esta larga introducción, sirve para poner énfasis en el auge que hoy día está teniendo en la industria editorial el audiolibro. Sí: obras completas a su disposición para escuchar en las dos horas de viaje entre la ciudad de Puebla y la ciudad de México; novelas Best Sellers para relajarse, mientras toma su café. Una opción de lectura para la gente mayor que tiene problemas de vista cansada; para disfrutar en la oscuridad de su cuarto, cuando los niños ya duermen.

Para los que vivimos en ciudades donde el transporte público no es lo más amigable para leer, pues rebota y lastima las retinas, los audiolibros son la alegre respuesta para no dejar de devorar libros. Para mí, cerrar los ojos mientras escucho, al igual que el adormilado Sancho Panza, el «gran ruido de campanas y voces», segura, también, de que su ínsula se hunde, ha sido un placer, tan palpable, que todos mis sentidos están alertas mientras escucho el Quijote. Por este auge editorial que busca ahora acercarnos a la literatura desde otro canal, el auditivo, mi optimismo, que nunca decae con respecto a la vida del libro, se acrecienta. Larga vida al libro, y a los editores que experimentan con los modelos, los marcos, la amplificación y la filtración de contenidos; y feliz Día Internacional del Libro.

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