Abandonar la cúspide de algo maravilloso

Traducir implica leer la otredad, excluir vocablos, seleccionar sutilezas, reconocer lo inabarcable y, como recipiente de lo anterior

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Abandonar la cúspide de algo maravillosoTraducir implica leer la otredad, excluir vocablos, seleccionar sutilezas, reconocer lo inabarcable y, como recipiente de lo anterior, establecer proyectos de vida: ¿qué traducir?, ¿cuánto tiempo requiere una buena traducción?, ¿qué de la existencia se empeña al traducir?, ¿cómo reencarnar las voces del original?, ¿qué significa renunciar a la traducción de una obra deseada?, ¿cómo asumir las consecuencias de la abdicación?, ¿desde dónde valorar las traducciones ajenas de los libros rechazados? De éstas y otras vicisitudes existenciales trata Perder el Nobel (Gris Tormenta, 2018), de Laura Esther Wolfson.

La obra es una cartografía de lo que no ocurrió, un recuento de los vaivenes de la privación, una radiografía de la ausencia. Wolfson teje con hilos íntimos -salud, formación académica, trayectoria laboral, aspiraciones profesionales y prioridades vitales- un ensayo profundo que entrecruza la filosofía laboral, la exigencia de lo cotidiano, la búsqueda de la estabilidad y el sacrificio del tesoro.

Para decirlo con Robert Frost, la de Wolfson es la nostalgia del camino no tomado: Contaré esto con un suspiro/ de aquí a la eternidad:/ dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,/ yo tomé el menos transitado./ Eso hizo toda la diferencia.

Visto con los versos de otro poeta, Paco Urondo, del otro lado de la reja está la realidad,/ de este lado de la reja también está la realidad;/ la única irreal es la reja. En Perder el Nobel la traducción es la reja. ¿Quiénes están de uno y otro lado? La escritora rusa Svetlana Alexiévich, ganadora del Nobel de literatura 2015, y la traductora Laura Esther Wolfson, quien en 2017 recibió el premio Iowa Prize for Literary Non-fiction por su libro de ensayos For Single Mothers Working as Train Conductors.

 Así es el érase una vez de Wolfson: "Llevaba una década y media ganándome la vida como intérprete del ruso al inglés cuando me contrataron para dar voz en mi lengua natal a cierta Svetlana Alexiévich, una autora cuya participación estaba programada en la edición 2005 del PEN World Voices en la ciudad de Nueva York, donde vivo. Nunca había oído hablar de ella; pocos en Occidente la conocían entonces."

A partir de este momento, Wolfson entra en contacto con la obra de la escritora desconocida. Lee la edición en inglés de Voices from Chernobyl y, como le sucederá durante la década siguiente, encuentra "algunas estridencias" en la traducción. 

En aquel festival de 2005, la traductora que soñaba con ser escritora y tenía serios problemas de salud vivió su kairós: "Mientras canalizaba al inglés su elocuencia sencilla, me embargaron la euforia y la melancolía. Mi peculiar y fugaz intimidad con esa extraordinaria mujer y el interior de su mente parecían colocarme en la cúspide de algo maravilloso. Sin embargo, esa sensación de que lo mejor estaba aún por llegar solía ser una ilusión, lo sabía. El clímax estaba en ese momento."

Después de eso, Svetlana le pidió sus datos a la traductora, se los pasó a su agente y ésta, a su vez, se los hizo llegar a una "editorial boutique" que le escribió a Wolfson para que tradujera al inglés dos libros de la escritora.

Ahí empieza el largo camino de Wolfson hacia la pérdida del Nobel, porque, como explica Marta Rebón en el prólogo, "es obvio que sin los traductores esta importante distinción internacional [el Premio Nobel] no tendría sentido, pues de no ser por ellos, ¿cómo habría podido apreciar un lector monolingüe la justicia del veredicto cuando recayó en escritores" poco conocidos?

¿Qué eligió Wolfson? Otra vida. La traductora optó por una existencia laboralmente alejada de la obra de Alexiévich, pero emocionalmente anclada en la prosa de la autora. De ese recorrido dual habla Perder el Nobel.

Éste es el "vivieron felices y comieron perdices" de Wolfson: "Elegí mi escritura sobre la suya. ¿No es eso lo que se supone que las personas creativas deben hacer, sacrificar lo que sea necesario a fin de dejar espacio libre para su obra?" Detrás quedó el camino no recorrido, "la participación en algo significativo, la satisfacción que ello conlleva y, sí, el honor y el prestigio también, y tal vez una ganancia económica modesta".

En LEM estamos convencidos de que, como Wolfson ante la obra de Alexiévich, la vida siempre nos coloca frente a los caminos que se bifurcan y la reja irreal.

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