Viernes 10 de Mayo de 2019

¿De dónde saqué que podría convertirme en escritor? La respuesta es incierta y lúgubre, quizá me lleven a las primeras lágrimas que mis ojos vertieron sin remedio, o a los regaños que mis travesuras provocaban y que me afligían profundamente. Realmente no podría indicar un momento con exactitud y si lo hiciera, me confrontaría con instantes que pretendo olvidar. Sin embargo, la infancia suele ser un periodo de descubrimiento y aventura donde podemos soportar las más grandes tristezas debido a nuestra falta de consciencia. Más tarde, con el paso del tiempo, los efectos se hacen presentes y en nuestra intimidad sufrimos por aquel niño que de alguna manera inexplicable soportó con vehemencia los más grandes infortunios.

Hace unos meses escribí un cuento, traté de convertir en literatura los momentos más tristes de mi vida; el resultado fue desafortunado. No obstante en una de las líneas bosquejé: Gabriel sabía que todo estaría bien, y que lo ocurrido no era más que un raspón que pronto sanaría. Sin duda, una oración que resume nuestras capacidades que poseemos como niños cuando la inocencia e indefensión nos definen.

Siempre he temido la muerte de mi madre como cualquier persona normal: en ocasiones, cuando era niño, el juego se veía interrumpido y me recostaba en cama, imaginando el trágico momento, como si el futuro viniera por mí sin poder defenderme. Sin en cambio, a pesar de que el temor sigue presente, he podido tranquilizarme y comprender que en esta vida todo cumple un ciclo y que las tristezas y la nostalgia son el precio para morir con dignidad.

Me encuentro en una etapa en la que disfruto de la lectura, la música, la escritura, la familia y los amigos; sé que es el camino más soportable para un día encontrar lo que busco. La búsqueda, es por el momento, el sentido más lógico y razonable que encuentro en nuestra existencia. En cuestión literaria, siempre me han conmovido los textos donde los niños son los protagonistas y se enfrentan con situaciones que definen su camino. En ese ámbito puedo recordar fácilmente "Las batallas en el desierto" de José Emilio Pacheco; Un niño de Thomas Bernhard; Un año pésimo o Espera a la Primavera Bandini de John Fante, entre otros.

El hombre sueña con volver al útero y deambula nómada buscando su refugio sin poder encontrarlo. Admiro a los escritores que podrían narrar con detalle la pérdida de una madre o un ser querido. En mi caso no creo ser capaz ni siquiera de sostener la pluma, pero si bien el destino es claro, la literatura nos invita a recoger en nuestra memoria todos los bellos momentos que los que seguimos siendo afortunados podemos disfrutar en compañía de nuestra madre. No existirá cariño ni sentimiento más sincero que las palabras o el abrazo de una mujer que ha tenido como destino dejar descendencia. Probablemente el temor de los padres por dejarnos solos en el mundo radica en lo que la experiencia les ha dejado como testimonio. En ocasiones dudo si esta Tierra es todavía capaz de albergar más seres humanos.

El camino es largo y urgente. Afortunadamente, cuando la lluvia moje mis párpados y el fracaso toque a mi puerta, aún puedo acudir a una madre misericordiosa que me perdone. No creo que Dios deba perdonar nuestros pecados, pero si tal premisa tuviera algo de cierto, sé que la única persona que merecería mis disculpas sería mi madre. Y no me malinterpreten, me disculpo con ella por haber nacido y por provocar que se preocupe por mí y mi bienestar. Ha educado a dos buenos hombres y lo poco o mucho que podría encontrar digno de mi persona se lo debo a su educación. Lo único que puedo hacer para agradecerle es darle mi cariño y en el momento de mi muerte, rezar por encontrarme con ella y descansar eternamente.

Espero estas notas nunca tengan sentido, y si lo tuvieran, no esté yo en este mundo para presenciarlo. La única tragedia que no encontrará su fin en el eco de una carcajada será la pérdida de nuestra madre.