Historieta post-neoliberal (Última parte)

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Mario DE VALDIVIA


Junio 09, 2019

Érase un país de ensueño. No recordábamos su nombre hasta que revisamos con cuidado un mapamundi: Somnolandia se llama, las malas lenguas dicen que ese nombre se debe a que está habitado por gente dormida o por soñadores e imaginadores de grandeza, pero que en realidad sus pobladores dedican mucho tiempo y como ocupación principal, al ocio, a ver futbol y en sus ratos libres a las ideas políticas, afición por la cual el país se ha dividido entre una subcultura llamada "chairos" y otra aspiracional llamada "fifís". Por cierto, y como dato curioso, éstos últimos trabajan y pagan impuestos con los cuales se ha dado por mantener a los primeros, por el sólo hecho de sus simpatías políticas, aunque las malas lenguas aseguran que es una manera simplificada y directa de apañar votos para próximas elecciones.

Dicen (cifras oficiales), que actualmente Somnolandia tiene 126.7 millones de habitantes (dentro de su territorio y según su Institución de Estadística). Pero resulta que (una vez visto el mapamundi) Somnolandia tiene como vecino geográfico al norte de su larga frontera de 3 mil 169 kilómetros (según datos oficiales) a un poderoso país llamado Gringoland, en donde viven, trabajan o simplemente están 38.5 millones (según cifras oficiales) de somnolandeses (así es el gentilicio), mismos que aportan a la economía del país huésped y que envían a sus familias miles de millones de dólares (moneda de Gringoland) y que en 2018 sumaron nada menos 33 mil 470 millones de esa moneda (según datos oficiales, of course). Por eso algunos dicen que los somnolandeses viven soñando con el sueño americano ¡Qué chistoso!

Al sur de Somnolandia hay un país llamado Watebad, con 965 kilómetros de línea fronteriza (según datos oficiales), por donde llegan miles y miles de emigrantes de otros países más al sur que alguna vez pertenecieron al Imperio Somnolandés (esto fue entre 1821 y 1824 según los historiadores) y que antes fuera un poderoso Virreinato de cuyo nombre el gobierno no quiere acordarse (y hasta ha demandado que la Corona Imperial pida perdón por los siglos de colonización).

Curiosamente, el fenómeno migratorio se originó porque el entonces presidente electo de Somnolandia, en octubre de 2018, ofreció a los emigrantes de los países al sur, que serían recibidos con los brazos abiertos y se les daría empleo, se les otorgaría educación, servicios de salud, vivienda y protección de los derechos humanos. Claro, todo eso sin considerar que en el país no hay suficiente empleo, la educación oficial es pésima y está en manos de las mafias sindicales del magisterio y que lo servicios oficiales de salud no alcanzan ni para los ciudadanos del país, con el agravante de que el gobierno decidió cortar drásticamente el presupuesto para las instituciones y hospitales, limitando además las compras de medicamentos con lo que dañaron severamente a médicos y a enfermos. No se diga en el caso de vivienda, de suyo insuficiente para la creciente demografía de Somnolandia, (a la que dedican gran parte de su tiempo) pero eso sí, y sin tapujos, candil de la calle y oscuridad de la casa. Por cierto, en Somnolandia, a quienes les llaman "ninis" (ni estudian, ni trabajan, ni sueñan) se les pagar por fungir (o fingir) como "aprendices" un estipendio superior al que ganan los médicos residentes y altamente calificados de los institutos de salud.

Pero ¡Cosas de la vida! Un buen día, el presidente de Gringoland, Donaldo Trompudo, amenazó con imponer un arancel a los productos exportados por Somnolandia si este país no cerraba el paso a los emigrantes (transmigrantes en realidad), a lo cual el gobierno somnolandés envió a su ministro "de Exteriores" para "negociar", siendo acompañado de una comparsa de modesto nivel que sólo fueron a doblar las manos y enseguida, con velocidad del rayo, 6 mil policías de la Guardia Caminera cerraron el paso en la frontera con Watebad, a todo aspirante a ingresar al suelo patrio con fines de cumplir el sueño gringo. Luego, un gran mitin en Tía Juanita, poblado fronterizo, que en realidad (dicen las malas lenguas) fue un acto de culto a la personalidad. (FIN)

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