Viernes 28 de Junio de 2019

Con el tiempo, descubrimos que el egoísmo de las personas se puede medir por la temporalidad de sus impulsos y entendemos cuál será el destino de la mayoría de las relaciones entre seres humanos. El escritor irlandés Oscar Wilde escribió en uno de sus textos que el arrepentimiento significaba modificar el pasado. Cuántas veces nos hemos sentido desgarrados cuando uno de nuestros actos o reacciones afectaron a un ser querido. En cambio, terminamos decepcionados cuando comprobamos que creer de más en una persona que ya nos ha fallado, suele terminar con la misma decepción de antaño. Si bien es cierto que los errores tienen un costo, nos permiten aprender sobre quiénes son las personas que son saludables o dañinas para nuestra existencia. Normalmente un individuo que sólo piensa en sí mismo, una vez satisfechas sus necesidades, continuará perdido. El amor, que unas veces nos motiva y otras nos aprisiona, posee una línea muy delgada entre lo sublime y lo patético.

En esta vida no existen certezas ni aforismos comprobables al cien por ciento. Por tal motivo, el arte es atrayente, ya que nos abre un mundo de posibilidades y maneras de pensar que nos permiten ser más comprensivos con nuestras otredades. Pero si algo se cerca a tales alcances, sería que las personas nunca cambian. En el mejor de los casos, aprenden de sus errores y controlan sus impulsos más bajos. Es decir, somos capaces de mejorar sin llegar a cambiar a posteriori.

Gran parte de las personas se quebraron cuando en el punto más alto de su sensibilidad, aterrizaron de emergencia en la realidad. Después del accidente, el resto del tiempo serán comparaciones y decepciones por doquier, hasta convencernos que la literatura puede ser tan bella, que la realidad se queda corta.

Sin embargo, la realidad y la ficción tienen un lazo irreconciliable entre ambas y debemos aprender que tanto una como la otra poseen un sentido en nuestra existencia y se complementan. Creer que las personas pueden arrepentirse, implica un acto vital en el cual debemos confiar para no volvernos desgraciados.

Hace unos días, tuve que tomar una decisión: seguir los pasos de la muchedumbre y adentrarme en la fantasía de The game of thrones, o terminar una serie que estuve siguiendo durante mucho tiempo y que veía lentamente para no perder su compañía. Elegí la segunda opción, titulada Mad Men de AMC Productions. Y por una sencilla razón: su protagonista. Don Draper, representa la dualidad emocional en la que sobrevive el género masculino, condenado socialmente a la idea del éxito e incapaz de mostrar su fragilidad que se traduce en un sentimiento de soledad y vacío, únicamente atenuado por sus impulsos pasionales. Ojalá que seamos capaces de sufrir como hombre y como escritores, transformarlo en arte. Debemos recordar que la técnica narrativa de Hemingway era la sucesión de hechos sin jerarquías ni sentimentalismos, siendo los diálogos, lo que le daban sentido a su prosa y, quizá, representa la forma más racional de vivir.

En otro tema, las preferencias electorales en nuestro país se miden por la cantidad de atrocidades que han hecho uno u otro candidato a puestos de elección popular. El triunfo del candidato de Morena en Puebla se debe a la población que por tradición votaba por el PRI. Es una pena que un personaje así haya llegado a la gubernatura a costa de la clase baja y olvidada del estado.

Me despido por esta semana, recordando aquella frase del gran escritor italiano Cesare Pavese: "La venganza es el castigo que la vida le hace pagar al que escribe."