El temor de habitar los instantes

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Efrén CALLEJA MACEDO


Julio 04, 2019
Las anécdotas, los desencuentros, las trivialidades y los intercambios cotidianos tejen la memoria familiar. Sin las evocaciones compartidas, los vínculos filiales son meramente ornamentales, carecen de fuerza para proyectar afectos o futuros compartidos. En el mismo sentido, la erosión de los recuerdos deteriora el temperamento de quien los pierde y resquebraja su relación con los demás. Estos extremos -con todos sus nudos emocionales- se encuentran en torno al Alzheimer en Como caracol (SM, 2018), de Alaíde Ventura Medina.

Estructurada en párrafos breves, como una larga caminata sin prisa, la novela zurce aprendizajes, descubrimientos, certezas, dolores y alegrías con una prosa tan sobria como potente, casi lacónica: "Ese día aprendí, a la mala, la relación entre teoría y práctica. El libro de Lombardo decía que era aconsejable evitar que el paciente se sintiera acorralado, culpable, como si por no recordar algo estuviera defraudando a los demás. Sonaba fácil en teoría, pero hasta que no vi las consecuencias en la práctica, no lo entendí de verdad. Y jamás en la vida lo iba a olvidar."

Julieta -narradora y protagonista- vive un encuentro tardío con Mariana, su abuela. A través de la figura de la anciana, la adolescente entra a los territorios de la literatura, el desenfado existencial, el lenguaje, las alteridades y los misterios familiares: "Fue difícil resumir dieciséis años en tres horas. Le conté que me gustaba andar en bici, ver películas y videos raros en internet: apariciones de fantasmas y esas cosas. Mencioné los libros que más me gustaban y, por primera vez, no dije mentiras (en mi escuela siempre decía que había leído muchos más de los que realmente había leído y que me gustaban libros complicados que ni siquiera conocía). Ella me escuchaba con atención, como si yo fuera la cosa más interesante del mundo".

Este intrincado camino de descubrimiento tiene interrogantes gigantescas para Julieta: ¿por qué su madre y su abuela no se hablan?, ¿cómo es posible que una mujer tan parca como su mamá sea hija de alguien tan expresiva como Mariana?, ¿por qué Huan vive en una librería?, ¿es posible recuperar el tiempo perdido?, ¿qué hacer cuando las personas que amas son incapaces de mostrar cariño entre ellas?, ¿a dónde se va la personalidad de las personas que sufren Alzheimer?, ¿cómo reaccionar cuando empiezas a desaparecer de la memoria de tu abuela?, ¿para qué vive alguien que ha perdido su independencia, sus palabras, su hogar y sus recuerdos? Al mismo tiempo, los secretos que comparten su madre y su abuela se manifiestan en la vida de Julieta: "Saqué la libreta y me puse a escribir cosas que después taché. La frase de esa hoja decía: 'la infancia es un cuchillo clavado en la garganta' (Wajdi Mouawad). Al cabo de un rato empecé a sentirme culpable por haberle contestado así a mi mamá. Quise disculparme, pero su luz ya estaba apagada. Me dije a mí misma: 'Trátala bien estos días'. Me hubiera gustado cumplirlo".

Entre los sinsabores escolares, la parquedad materna, el entusiasmo paterno, la violencia citadina, las citas literarias de su libreta y la nueva vida con una abuela que poco a poco pierde su luminosidad vital, Julieta se adentra con desparpajo en el amor: "No sé si fue porque le dio validez científica a un grafiti o porque me dijo que me extrañaba o simplemente porque me gustaba muchísimo. El caso es que no me aguanté y le di un beso… o lo intenté. No un beso apasionado, de telenovela, no. Un beso de una fracción de segundo porque salió bastante mal, porque ni siquiera le atiné a los labios. Le di entre el cachete y la boca, y luego me quedé pasmada, como Gordoloba al ver un pájaro en la ventana".

Así, sorteando aciertos y fallos, Julieta se descubre habitante de un mundo en el que las alegrías son efímeras, los nombres se pierden y las angustias emergen todo el tiempo. La brevedad es la regla: "Acabé tomando sólo un huipil. Tendríamos que volver por más después, pero en ese momento sentí que era lo correcto: ropa para un día. Estábamos comenzando a funcionar como el cerebro enfermo de Alzheimer: una cosa a la vez, un instante y, luego, el siguiente. Despacio".

También brotan las biografías y los actos de los adultos, porque cada uno de ellos está habitado por su pasado, sus rencores, sus decisiones y sus equivocaciones. En ese caos, Mariana descubre que las separaciones familiares se convierten en profundos abismos. Por ello, en LEM la lectura de Como caracol nos hizo recordar a Bertolt Brecht y decir que la memoria es como el ladrillo que cargamos para mostrarle al mundo cómo era nuestra casa.

*Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias (LEM)

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