Una ciudad narrada entre bocados

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Efrén CALLEJA MACEDO


Julio 25, 2019
Las ciudades se cocinan y se reseñan mediante desmesuras, ausencias, fantasmas, migraciones, batallas y rebautizos. Más que un argos notarial, el cronista del paladar es un conversador oceánico: anfitrión memorioso de los animosos o agónicos ríos que han viajado por todos los platos. Así, su relato es la suma de las voces, los dolores y las experiencias que constituyen la inasible silueta gastronómica de la metrópoli. En fin, que si todo lo sólido se desvanece en el aire, toda la ciudad se disgrega en sus aromas. Visto así, ¿cómo fijar los olores para dar cuenta de sus fuentes y fijar sus horarios? Con ayuno de cordura.
 

"Yo soy Dios y un día cualquiera -hoy mismo, para no ir más lejos- me siento en la orilla de la azotea de la torre latino y contemplo mi ciudad. Mi obra. Lo hago desde temprano. […] y en este día en particular lo único que pasa por mi mente es comida y entonces hago lo que hace dios con naturalidad, sin proponérselo: un catálogo de un día de comida en la ciudad", dice alonso ruvalcaba, que les dijo a sus editores para proponerles el tema de portada para una revista. De ese artículo derivó 24 horas de comida en la ciudad de méxico (planeta, 2019), con fotografías de andrea tejeda korkowski.

Consciente de que la urbe es inasible incluso para los brazos más hambrientos y de que no hay gula capaz de engullir el catálogo creciente de sabores que florecen y se marchitan en tantos recodos inesperados, ruvalcaba compila testimonios de especialistas, glotones, investigadores, periodistas y opinadores. 

El libro inicia a las 4:30 horas y cierra a las 3:40 horas. En medio quedan 17 horarios como los ingredientes de esas tortas que -dice ruvalcaba- son batería, porque tienen que ver con el trabajo, con la provisión o restitución de energía. Esta crónica es, entonces, una gran torta compuesta, cuyo adjetivo "alude a su secreto clave: no se trata de pan relleno de cualquier cosa, sino de un relleno compuesto de una serie de cosas".

Entre esos ingredientes narrativos se encuentran los establecimientos gastronómicos, de las fondas a los restaurantes, pasando por los puestos y los carritos; los platillos locales, nacionales, internacionales y mixtos -como las personalidades de las pizzas-; los heraldos sonoros de la comida móvil, del sobreviviente pitido del camotero al extinguido grito de la vendedora de chía; las transformaciones alimenticias que incluyen el arribo de los refrescos a las mesas familiares; los episodios de solidaridad culinaria, y las descripciones certeras, ávidas, salivantes.

Valga como ejemplo la radiografía de un pozole verde que, dice el cronista, es una acumulación, un engaño colorido de la vista, un montón sobre montón sobre montón, una gran cacofonía: "en su fondo hay un pipían de pepita de calabaza, luego un caldo de puerco, luego maíz pozolero, luego cabeza de marrano -todo lo que de ella se imaginen-, luego aguacate, luego sardinas en conserva […], luego jugo de limón, luego otra vez aguacate, luego chicharrón -mezcla de carnudo y magro-, luego huevo crudo, luego orégano, luego cebolla, luego un revoltijo hecho a tenedor por la mesera, revoltijo que funde los ingredientes en un concierto loco y perverso, y luego un chorrito de mezcal guerrerense".

El aderezo principal es una alegre nostalgia por la ciudad que se diluye incesantemente en la desaparición de sus negocios y comensales mientras finge permanecer en los comales, las ollas y las parrillas. Por eso, una mujer entra a una cantina acompañada por la ausencia mortuoria de su mejor amigo y, tras ser recibida en la mesa que compartían, recibe de inmediato una michelada y dos tacos de salpicón, para que al menos su "tripa no se quede sin compañía"; el pollo rostizado se come "con los fantasmas de amigos que viven lejos o con exparejas que ya no nos dirigen la palabra", y alguien ingresa a una cantina para tomarse un tequila en memoria del padre fallecido.

En Lem creemos que el contenido de 24 horas de comida en la ciudad de méxico es un mapa de lugares para comer, melancolías por descubrir y afinidades por tejer. Cada página es un bocado, una promesa y una brasa de la memoria.

*centro de producción de lecturas, escrituras y memorias (lem)

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